Reproducimos el artículo publicado por Vanesa Graell en «El Mundo».

Si Ferran Adrià es el máster de la cocina creativa, el chef de la deconstrucción culinaria con sus delicadas emulsiones y platos moleculares, Enric Ruiz-Geli es su homólogo en arquitectura. Heredero del espíritu modernista, Ruiz-Geli entiende la arquitectura como una performance, una fusión de todas las artes que convierten los edificios en ‘bytes’ de información.
Adrià ha confiado en su compatriota para transformar El Bulli durante los dos años que cerrará sus puertas, de 2012 a 2014. Durante ese ‘impasse’, Ruiz-Geli rediseñará el mítico restaurante para convertirlo en el centro de investigación que pide la cocina de Ferran Adrià.
Casi siempre se califica la arquitectura de Ruiz-Geli como de ciencia ficción (basta ver el MediaTIC en Barcelona o un plano del futuro acuario de Nueva York), aunque él insiste en vincularla a lo contemporáneo. Sus proyectos se desmarcan de los demás por esas formas sinuosas y orgánicas sacadas directamente de la naturaleza que entroncan con la tradición de Gaudí.
Al catalán le da cierta urticaria la arquitectura mediática y el fenómeno de los considerados ‘starchitects’ (que si Frank Gehry, Norman Foster y compañía), él prefiere construir edificios inteligentes y, sobre todo, verdes. Por algo es uno de los abanderados de las tesis sostenibles de Jeremy Rifkin, autor de ‘La economía del hidrógeno’ y asesor energético de Merkel o Sarkozy. Adrià ha encontrado en Ruiz-Geli a su ‘partner’ ideal, el arquitecto que convertirá las instalaciones del Bulli en un laboratorio.