La función de la reina es poner huevos que aseguren la supervivencia del grupo, los huevos fecundados darán lugar a hembras que asumen el papel de obreras y los huevos sin fecundar crean machos destinados a ser zánganos. Lo hace posible un fenómeno llamado partenogénesis.
Loli Domínguez ha levantado su marca, Secretos del Maestro Apilcuror, sobre un viaje que divide su vida en dos partes.
Pinofranqueado es un pueblo sin paro. Los jóvenes no se van y tampoco faltan niños en la escuela. Está al noroeste de la provincia de Cáceres, muy cerca del límite con Salamanca y no muy lejos de la frontera con Portugal, en medio de las Hurdes, la comarca que a principios del siglo XX se mostraba como encarnación de la pobreza y hoy sigue la senda de la prosperidad. Hay ganadería y algunos cultivos, aunque no tantos porque los suelos pizarrosos complican su existencia, mucho monte para madera y además está la miel. Pinofranqueado es un pueblo de mil ochocientos habitantes que de una u otra forma viven vinculados a la miel; hay mucho colmenero, que es como llaman a los apicultores. Loli Domínguez sigue la estela de los colmeneros tradicionales. Lo fue su abuelo, lo fueron sus padres hasta que se jubilaron hace un año y colmeneros son sus cuatro hermanos. Salieron a estudiar, unos a Cáceres y otros a Salamanca, pero todos volvieron cuando acabaron la carrera y ahí siguen, con sus oficios y trabajando con la miel y las abejas.
El caso de Loli es algo diferente. Tiene su propia marca, Secretos de Maestro Apicultor, una pequeña tienda en la que ha instalado el taller y organiza actividades de apiturismo, pero vive en Lisboa, lo que implica algún viaje que otro cada mes y temporadas largas acompañando a sus colmenas cuando hacen la trashumancia en el verano. Se casó con un maestro que trabaja como docente en el exterior y los destinos van cambiando. Antes fue Lyon, ahora Lisboa y está opositando para un destino nuevo, lo que la obliga a moverse tanto o más que sus abejas.
En las Hurdes se practica la apicultura trashumante, en busca de flores y temperaturas que fortalezcan el ciclo vital de la abeja y mejoren las producciones. Cuando llega la primavera y las colmenas despiertan, suelen alquilarlas para polinizar frutales en la provincia de Badajoz. La noche antes de marchar, cuando todas las abejas hayan vuelto a sus colmenas, cerrará la piquera y las cargará en el furgón, para descargarlas entre los frutales. Cumplida la tarea repetirá la operación para devolverlas a casa. Puede moverlas otra vez o no durante la primavera, pero lo seguro es que repetirá el traslado al llegar el verano. Ella tiene una furgoneta, su padre lo hacía con un camión y el abuelo en burro, viaje a viaje, usando corchos, que es como llaman a unas colmenas rudimentarias hechas con cortezas de alcornoque.
Cuando pasa el tiempo de la jara, el tomillo, la encina, el olivo, la retama y otras especies locales y llega el calor, las traslada a la zona de Sanabria, para aprovechar las floraciones de los bosques de la zona, donde abunda el castaño, que da la miel más oscura de todas. Los viajes deben ser rápidos para evitar que la abeja se asfixie. Loli repite este trayecto desde que era niña y acompañaba a sus padres. Se instalaban en una casa que tenían alquilada y acabaron comprando y se quedaban el verano entero, durmiendo en colchones extendidos sobre el suelo y cuidando de las colmenas y sus ocupantes. Recogida la miel al comienzo del otoño, las colmenas vuelven a casa para invernar.
Mieles sin denominación de origen
La vocación trashumante de los colmeneros de Las Hurdes evita que sus mieles tengan Denominación de Origen, como sucede en el valle de los Ibores, un poco más al sur, donde las abejas permanecen todo el año. Podrían organizarse para conseguirla para el polen, porque se produce en primavera mientras las colmenas están en la comarca, sobre todo a partir de la encina, el olivo y la jara, pero dejaría fuera la miel. Les queda la opción de la Institución Geográfica Protegida, una tarea en la que empiezan a dar los primeros pasos. No suele ser sencillo, pero es un buen argumento para aportar valor añadido a sus mieles, que hoy se venden más a granel que directamente al particular; merece la pena intentarlo.
Loli abrió la tienda hace tres años para abrir perspectivas. Como los demás, vende la mayor parte de la producción a granel, pero quiere que el consumidor final conozca sus mieles tal como son, en lugar de encontrarla mezclada con las de otros lugares, como suele suceder cuando vendes a envasadoras. Sus productos están en algunos negocios del sector, tiene algunos clientes estables y algo sale directamente desde su tienda y con el apiturismo.
La colmena es una organización de carácter colectivo en la que cada quién cumple una función específica. La reina es el centro de todo el entramado. Su función es poner huevos que aseguren la supervivencia del grupo, los huevos fecundados darán lugar a hembras que asumen el papel de obreras y los huevos sin fecundar crean machos destinados a ser zánganos. Parece extraño, pero lo hace posible un fenómeno llamado partenogénesis. Las obreras no son fértiles y se encargan de todo el trabajo: recolectan néctar y polen, producen cera y miel, protegen el panal, lo limpian y asumen la cría de las larvas. La función primordial del zángano es fecundar a la reina y morir después de hacerlo.
La vida de la colmena se maneja al ritmo que marcan sus feromonas, ocupa una celda más grande que las demás en el centro de la colmena. De cuando en cuando, los colmeneros introducen reinas nuevas para intentar mejorar la especie o para ahorrarles el trabajo a las obreras cuando se enjambran y se desdoblan para instalarse en colmenas nuevas. Loli compró reinas nuevas sin fecundar cuando terminó el invierno y la acompañamos a ver si los enjambres las aceptaron o no. La mayoría de las colmenas están produciendo cera y algo de miel, aunque al empezar la temporada recolectan para alimentarse y no hay mucha, pero solo encontramos una de las reinas introducidas. Es relativamente sencillo identificarlas, porque les pintan el lomo. Si no aparecen significa que el enjambre no las ha aceptado y las mataron, pero en la mayoría de los casos han criado una nueva reina -eligen una larva y la alimentan exclusivamente con jalea real- y las colmenas están en funcionamiento.
El invierno es un momento clave en la vida de las abejas. Es tiempo de descanso y de agrupamiento del enjambre alrededor de la reina, dándole calor y alimentándola para asegurar la supervivencia. Dependerá de la dureza de las temperaturas y del alimento que tengan; hay que dejar suficiente miel en el panal para asegurar la estabilidad de la colmena. La mortalidad suele ser grande y a menudo se traduce en la extinción de la colmena, lo que no es ninguna tontería. La población invernal puede estar en unas 25.000 abejas por colmena, pero cuando llega la primavera y empiezan a reproducirse pueden llegar a 100.000. Los colmeneros aprovechan ese momento para enjambrar, explotando la tendencia natural de las abejas, que con el cambio de temperatura y la abundancia de comida tienden a reproducirse a tal velocidad que no queda sitio para todas y se ven obligadas a formar un enjambre nuevo. Si te adelantas y lo instalas en una colmena nueva, aumentas tu colmenar, pero si te retrasas pueden salir por su cuenta y acuartelarse en cualquier lugar. En cuanto se instalan y se asientan, serán fieles a su colmena, que identifican por las feromonas que desprende la reina. Por si acaso, mucho colmeneros marcan el frontal de cada colmena.
La inactividad de las abejas no da descanso a los productores. El invierno es tiempo de preparación de la próxima campaña y cada miembro de la familia tiene una ocupación, incluidos los niños, que se concentran en preparar las cajas para el interior de las colmenas, trazando la red de alambres que permitirán construir las celdas y poniendo la primera cera. Es casi el primer recuerdo que guarda Loli de su relación con el colmenar, después de las conversaciones que escuchaba en casa, siempre con la miel de por medio, el polen en los desayunos y la miel como endulzante único en la cocina familiar, o los días que sus padres no tenían con quien dejarla, la llevaban con ellos, le ponían un traje protector y la dejaban jugando sobre una manta. Sus hijos viven una realidad diferente, pero siguen echando una mano cuando la acompañan los fines de semana y sobre todo cuando se desplazan con las abejas y el resto de la familia a Sanabria. Se van a primeros de junio y vuelven después de cosechar la miel, entre primeros y mediados de septiembre. Es la producción más grande del año. Loli recoge cada temporada unos 300 kilos de miel en sus 200 colmenas. Podría tener más, pero la distancia le obliga a mantener una cantidad que pueda controlar. Le pregunto por el precio de venta a granel y sobre todo por el coste y veo que no calcula sus horas de trabajo o las de su familia. No le saldrían las cuentas.
Las claves de la trashumancia
Las dificultades se acumulan en un mundo en el que a la abeja se le multiplican los enemigos y la trashumancia se empieza a poner difícil. Galicia ha impuesto normas restrictivas para proteger a los apicultores locales, aunque en invierno traen sus colmenas a Extremadura, buscando temperaturas más suaves. En algunos lugares de Castilla León está sucediendo otro tanto. El mundo del campo es hoy un extraño rompecabezas en el que no todos los trayectos son de ida y vuelta. Mientras tanto, la abeja vive en el alambre. Los enemigos diezman las colonias y se superponen unos con otros. Dicen que el principal, con mucha diferencia, es un ácaro que se llama varroa y se instala sobre la abeja para alimentarse del tejido corporal graso, llevándola a la muerte. Ataca sobre todo en invierno. Puede acabar con la colmena y exige tratamientos de antibióticos, que se depositan en forma de lámina en el interior de las colmenas y aunque es inocuo se retiran al empezar la temporada para que no deje rastros en la miel. Como el varroa se adapta con mucha facilidad, hay que cambiar la fórmula con frecuencia. Luego está el abejaruco, un ave protegida de origen africano que se come las abejas al vuelo, hasta diezmar las colmenas, y otros, como el anuncio en ciernes de la avispa asiática, ya instalada en Galicia, que todavía no ha llegado a Extremadura, o el oso, que destroza las colmenas de los trashumantes que hacen el verano en Asturias.
El otro gran enemigo es invisible, lo desata la mano del hombre, tiene algunos nombres propios y unos cuantos genéricos -herbicidas, pesticidas…- y cubre la mayoría de los cultivos. Cuando a Loli le alquilan las colmenas para fertilizar frutales, exige que ninguno de esos productos haya sido utilizado en las dos o tres semanas anteriores y el aviso previo cuando se vaya a hacer, para retirar las colmenas y volver a casa. Todas las colmenas están matriculadas, registradas y a menudo llevan un microchip para poder hacer seguimiento. Los robos son frecuenten y han empujado a la instalación de cámaras de vigilancia en los alrededores. También están geolocalizadas para asegurar que cada colmenar guarda un kilómetro de distancia con la más cercana.
La apicultura trashumante es una actividad demandante. Exige mucho movimiento de las colmenas si quieres obtener buenos resultados. Lo primero que hace Loli es recoger el polen. Llega cuando el enjambre necesita mucho alimento y todavía produce poca miel. Se le deja la miel y se le quita una parte del polen con unas rejillas llamadas caza polen que se ponen en la entrada de la colmena, estrechándola para que al pasar la abeja pierda una parte de la carga que trae. Al polen se le llama pan de abeja.
Los apicultores alquilan el derecho a instalar sus colmenas en el campo. Cobran cuando los contratan para fertilizar campos de frutas pero pagan para recolectar fuera de su espacio habitual. A veces el pago se hace en especies, pero si se trata de un terreno muy demandado tienen que llegar a un acuerdo económico. No llevo ni cuatro horas con Loli y todo me parece de un oficio complejo y demandante, más allá de elementos formales como los trajes protectores, las máscaras o el humo. Le pregunto como se aprende y la respuesta es simple: “viendo lo que hacían mis padres y repitiéndolo, y cuando hay alguna duda siempre les tenemos a ellos”.
Este texto pertenece al libro Raíces, escrito por Joan Roca, Sacha Hormaechea e Ignacio Medina.