Daniel tiene 28 años y una duda existencial. Desempeña un trabajo cómodo en una de las grandes bodegas de Haro pero al mismo tiempo le tienta elaborar su propio vino con las excelentes viñas que su familia tiene en Lanciego, su pueblo natal en Rioja Alavesa. “Llega el viernes, me olvido del trabajo hasta el lunes y tengo un sueldo fijo, pero al mismo tiempo me da pena no hacer mi propio vino y vender la uva tan buena que tenemos”, asegura.
Buena parte la entrega a Lanzaga, la bodega de Telmo Rodríguez en Lanciego. No le pagan mal, pero como les exigen trabajar en ecológico y tienen muy limitados los tratamientos, en años difíciles el esfuerzo de cuidar la viña es considerable. “Ponerme por mi cuenta requiere mucho sacrificio y preocupaciones y estar todo el día encima de la viña; la verdad es que no sé si estoy dispuesto a renunciar a mi ocio por el sueño de tener mi propio proyecto,” confiesa Daniel.
Como él hay muchos jóvenes en Rioja y en otras zonas vitícolas de España. Quizás hay una parte de desidia, de preferir no complicarse la vida, pero lo cierto es que pocos ven perspectivas de futuro en la agricultura. A los precios de la uva —en Rioja las previsiones no son halagüeñas pero en la DO Cava el kilo de uva vendimia a mano se está pagando entre 33 y 35 céntimos— los beneficios de la vida en el campo no compensan el esfuerzo de labrarse una vida digna y cómoda.
De este tema y de otros que afectan a muchos viticultores se habló en la mesa redonda que congregó, durante la II Jornada de Bodegas de Lanciego, a siete productores de Rioja Alavesa y la Sonsierra —Abel Mendoza, Arturo de Miguel (Artuke), David Sampedro (Bhilar), Toni Meruelo (Lar de Paula), Juan Luis Cañas (Familia Luis Cañas), Pablo Eguzkiza (Lanzaga, Cía de Telmo Rodríguez) y Roberto Oliván (Tentenublo)— moderados por el periodista Alberto Gil, buen conocedor de la situación y trabajando en un libro sobre la región.
“Los jóvenes lo tienen difícil. La Administración no debería poner tantas trabas burocráticas para facilitar que los chavales puedan iniciar proyectos nuevos en sus pueblos; esa sería la verdadera revolución”, decía Abel Mendoza, quien encarna el concepto borgoñón del viticultor que trabaja con dedicación sus viñas y las traduce en vinos tremendamente personales y honestos.
Para Mendoza, propietario de unas 18 hectáreas principalmente en San Vicente de la Sonsierra y Labastida, otra complicación añadida es el elemento especulativo en la compra de viñedo, que a su juicio, no aporta ningún valor. “En mi pueblo cada dos años, las grandes parcelas cambian de manos. Con este modelo terminamos vaciando Lanciego, San Vicente, Villabuena y los demás pueblos. Si queremos mantener nuestro carácter singular, el trabajo y el cuidado del viñedo es fundamental para fijar población y conseguir que sea el viticultor quien ponga el precio al vino y que sus cinco hectáreas lleguen a valer algún día un millón de euros. Con el otro sistema, el viticultor solo venderá su viñedo a 100.000€ y tendrá a su hijo en la calle”.
El tamaño importa
Roberto Oliván, a quien Alberto Gil definió como “viñador de la viticultura silenciosa”, secundó las palabras de Mendoza y fue más allá. “A mí lo que me preocupa es que está entrando gente en los pueblos que se salta los códigos sociales; ni respetan linderos, ni cuando se vende una finca se deja al que está a renta la opción de entrar. Eso solo genera pobreza y además es extrapolable a todos los sitios. Los lobbies solo compran porque pueden hacerlo; un agricultor normal no puede comprar una hectárea a 120.000 € y sacarle el rendimiento necesario”.
Para Toni Meruelo, de Lar de Paula, un problema añadido en Rioja Alavesa es la configuración del viñedo, de pequeño tamaño. “En cuanto a los grandes grupos —“los 40 principales”, como los llama Abel Mendoza— se hagan con un 50-60% del viñedo, los más pequeños ya pueden ir pensando que van a desaparecer. Y ese es el camino que se lleva”. Meruelo, cuya bodega compra toda la uva con la que producen su vino, también habló del control que los grandes grupos ejercen sobre la materia prima. “Nosotros no marcamos los precios de la uva que compramos; lo marcan ellos y nosotros debemos aceptarlo”.
En ese sentido, Abel Mendoza puso el ejemplo de los vinos blancos en la DO Rioja. “Eran la gran revolución en 2010 pero de la noche a la mañana, quizás por esas 40 bodegas que comercializan el 82% de la producción de Rioja, el negocio del blanco ha perdido interés. El pagano otra vez es el viticultor, a quien siguen sin ponerle la caña para pescar y se encuentra todo ya pescado”, sentenció Mendoza. “Hay que romper ese bucle en el que nos han metido y acabar con esas economías de escala. No sé si hacen falta más bodegas medianas, pero sí 1.000 pequeñas”.
Para Pablo Eguzkiza, que secundó las palabras de Abel, es crucial revalorizar el viñedo. “Lo que se necesita es que las viñas valgan un pastón porque supone riqueza para todo el pueblo”, aunque también puntualizó que lo fundamental es “aspirar a hacer buen vino de pueblo y si se puede vender caro, mejor”. Y añadió: “Tenemos un paisaje espectacular, estamos en la sierra, y es lo que debemos defender y vender. No podemos ponernos a competir con Rioja Baja. El rioja low cost no da valor a la comarca; solo da valor a alguna gente”.
Viñedos singulares y viñedos excepcionales
Inevitablemente, se habló de los viñedos singulares, cuya lista se publicó en el BOE este verano. De todos los productores presentes en la mesa redonda solo Juan Luis Cañas ha entrado en esta nueva categoría con ocho de sus viñas. “Llevamos desde 2014 elaborándolos por separado e investigando si son realmente singulares y es algo que el tiempo dirá. Lo verdaderamente importante es cómo podemos diferenciarnos, no haciendo una denominación nueva, sino con la viticultura, la sostenibilidad y la biodiversidad. Yo apoyo crear un club de excelencia que busque la diferenciación a través de la viticultura”, propuso el bodeguero de Villabuena.
El más crítico con las nuevas categorías de Rioja, que contemplan los vinos de zona, pueblo y viñedo singular, fue Eguzkiza. “Es una estrategia para callar a la gente que pueda ser molesta. Los viñedos singulares no los hace una normativa, es el mercado el que decide si un viñedo es excepcional. Nosotros tenemos algún buen viñedo por ahí [la Cía de Telmo Rodríguez es propietaria, entre otros, de Las Beatas, 100 puntos Parker] pero no cumple la normativa. Una DO debe tener buques insignia reconocidos, pero aquí en lugar de ayudar se tapan porque molestan”.
En su tono sosegado habitual, Arturo de Miguel, uno de los integrantes de Rioja ’n’ Roll, aseguró que “el tiempo dirá si un viñedo es excepcional”. El viticultor de Baños confesó que cuanto más viaja, aprecia cada vez más el viñedo que hay en la zona pero apeló a la honestidad de todos a la hora de hablar de calidad. “Todos sabemos cuál es nuestro viñedo bueno y el que no es tan bueno. Dar valor a esos lugares será el mejor legado que podemos dejar a nuestros hijos”.

Viticultura de pensar y sudar
Para David Sampedro, el comienzo de la diferenciación debería estar más cerca de la base de la pirámide. “En Rioja Alavesa hay tantas DOs como pueblos y deberíamos apostar por ellos; no como diferenciación política sino geográfica. Lanciego y Elvillar están al lado pero son muy distintos; antes se reconocían los vinos de cada pueblo y debemos intentar volver a eso. Después ya se buscarán los parajes buenos o distintos y los viñedos excepcionales”, añadió el viticultor de Elvillar. “Yo no concibo hacer un vino excepcional o diferente que no parta, mínimo, de una agricultura ecológica”.
Todos fueron unánimes en la necesidad de trabajar el viñedo de forma respetuosa, pero Roberto Oliván, siempre realista, dejó claro que es una opción todavía minoritaria. “En Lanciego, apenas un 15-20% del viñedo es ecológico y eso es muy poco. Cuando yo empecé en 2010 vi que era la vía de diferenciación, pero está claro que para hacer esta viticultura hace falta dinero”.
“Muchos viticultores están ahora preocupadísimos por la retirada del glifosato. Y te dicen que de algo hay que morir”, añadió Abel Mendoza. “La viticultura de pensar y sudar es más difícil. Además hoy en día no se enseña a podar en vaso. La digitalización hará que se pierda el apego al terruño y al final se diseñará el vino con 3D”.
Más optimista se mostró Arturo de Miguel, quien cree que, como en su caso, una mayor formación le ha permitido dejar atrás el granel y elaborar sus propios vinos. “Si no hubiera estudiado, seguramente habría hecho vinos de cosechero como mi padre. Creo que hay más proyectos pequeños que antes y que deben poner en valor sus pueblos. Eso sí, hay que estar dispuesto a viajar y trabajar y a perder horas de estar con tu familia, pero este momento no lo podemos desaprovechar”.
Para David Sampedro, ingeniero agrícola como el co-propietario de Artuke, además de educación, también hace falta viajar. “Sí que hay proyectos nuevos, pero muchos son de gente de fuera. La gente de aquí no ve el potencial de esta tierra. Si en lugar de ir a Benidorm o Salou, se viajara a Alsacia, a Alemania, que es una forma de absorber cultura, nos daríamos cuenta de lo que tenemos aquí”.
También se habló de la salida de Artadi de la DO (“No veo mal que se haya ido Artadi y que se vayan otros, pero yo no lo voy a hacer”, dijo Juan Luis Cañas. “Estar en Rioja me da oportunidades”) y de la necesidad del Consejo Regulador de Rioja de velar por las distintas sensibilidades e interpretaciones que hay en la región.
“Yo lo que quiero es que me dejen trabajar y no tener que irme de mi propia casa. Hay que intentar cambiar esa casa y que nos dejen una habitación para nosotros,” declaró Roberto Oliván, ante el centenar de asistentes a la charla, formado por viticultores locales y de otros pueblos de Rioja y profesionales del vino. A las autoridades ni se les invitó ni se les esperaba. “El Consejo debería abrir la mano. Igual somos nosotros, la gente de esta mesa, los que deberíamos formarles a ellos, pero tampoco nos llaman. Nosotros también aportamos valor.”