Roberto Oliván (Tentenublo Wines) ya se imaginaba que podría tener problemas para que el comité de cata de la DOCa Rioja diera el visto bueno a todos sus vinos de la cosecha 2017. El viticultor de Viñaspre, una aldea de 35 habitantes en las faldas de Sierra Cantabria, elabora vinos de terruño con personalidad propia que a veces no casan con la normativa organoléptica del Consejo Regulador que exige, por ejemplo, que los blancos jóvenes sean de color “amarillo pajizo con ribetes verde limón” para que puedan exhibir la palabra Rioja en sus etiquetas.

Todos los años, entre noviembre y febrero, personal del consejo regulador visita las bodegas amparadas para tomar muestras de los vinos de la última añada. De cada lote los técnicos se llevan cuatro botellas de medio litro, cerradas con tapón de chapa, y dejan dos en la bodega. Con ellas hacen un análisis técnico, con unos parámetros establecidos, y otro sensorial. Esta cata organoléptica a ciegas, que según el viticultor puede llegar a realizarse días más tarde de tomar la muestra en rama (y por tanto menos estable que un vino terminado), es más subjetiva y está a merced de la interpretación del equipo de catadores.
Si el primer comité de cata, formado por cinco personas, considera que el vino no cumple los requisitos establecidos, la bodega tiene una segunda oportunidad para subsanar las faltas y ser evaluado por otro comité de cata diferente. En 2017 se rechazaron aproximadamente un 1,5% de las muestras que llegaron al comité de cata por primera vez, explica Pablo Franco, director del Órgano de Control de la DOCa Rioja, aunque admite que en cosechas más complicadas puede ser el doble (3,6% en 2013). Tras la segunda cata, el porcentaje de rechazo se redujo, según Franco, a un 0,4 ó 0,5% en la cosecha 2017 (1,8% en 2013).
En el caso de Oliván, una de las muestras, la del lote correspondiente a su Tentenublo Blanco, vino devuelta. Él la corrigió pero el segundo panel de cata descalificó de nuevo el vino. “El informe decía que estaba rancio, sin franqueza, sucio, con exceso de acetaldehido y que olía a caucho y goma”, explica el viticultor de Rioja Alavesa. “Yo sé que este vino está correcto y que está listo para embotellar. Es la misma elaboración que otros años. Pensaba que igual tenía problemas con uno que hago con pieles, pero el que me han descalificado es el blanco de entrada de gama”.
El propietario de Tentenublo, un hombre de carácter franco y sin pelos en la lengua, ejerció su derecho a reclamar presentando un recurso. Antes de cursarlo, lo fotografió y lo colgó en las redes. Dice así: “Este vino está correcto y por ello debe ser de Rioja. Es más, debe ser calificado porque es ‘Rioja’, está elaborado con uvas de viñas de ‘Rioja’, por gente de ‘Rioja’, con variedades de ‘Rioja’, con levaduras de ‘Rioja’ y en una bodega de ‘Rioja’, cosa que algunos de los vinos calificados no pueden decir”.
Apoyo de otros viticultores y bodegueros
El escrito -al grano, en mayúsculas y sin anestesia- tocó la fibra de cientos compañeros de la profesión y amantes del vino de toda la geografía española que se solidarizaron con Oliván y que, en algunos casos, relatan experiencias similares. “Fuerzan a que los vinos del 2017 estén preparados a día de hoy, con lo que los enólogos asesores aplican la fórmula para que así sea, con el resultado de vinos homogéneos sin personalidad”, se quejaba en el muro de Facebook Nacho Jiménez, elaborador de vinos y socio de la vinoteca La Tintorería de Madrid. Desde Rioja a Canarias pasando por Priorat, Gredos o Galicia, los mensajes de apoyo llenaron las redes sociales del viticultor alavés que no se imaginaba semejante revuelo.
“Se oyen muchas quejas de fraudes, de uvas que van de un lugar a otro, de camiones-cisterna, pero nadie lo denuncia. Hay que quejarse más y de manera formal. Si hubiera 100 quejas en lugar de una, se haría algo. Pagamos al Consejo Regulador para que trabaje para nosotros, no al revés”, explica Oliván, que debe esperar un mes a la respuesta oficial, aunque tiene pocas esperanzas. “Hay gente que me pregunta si no tengo miedo, pero yo les digo que los que deberían tener miedo son los que hacen trampas. Yo no las hago”.
El problema que se le presenta ahora a Oliván es que su vino, que tenía previsto lanzar al mercado a primeros de mayo, está descalificado y tiene que pasar a ser vino de mesa. Aunque no necesita cambiar el nombre del vino, sí se le exigen nuevas etiquetas en las que no aparezca la marca Rioja. También debe encontrar una bodega en la que embotellar los 5.000 litros de su vino, con el coste que eso conlleva, ya que el reglamento de la DOCa Rioja prohíbe que vinos calificados y los de mesa compartan instalaciones. Según la norma, debe haber al menos una calle de por medio. “Afortunadamente ha coincidido que estaba haciendo un restyling de las etiquetas, pero esto supone coste y tiempo”, explica Oliván. “Yo por suerte lo tengo casi todo vendido, pero una descalificación de vino puede desestabilizar a una familia que vive de esto”.
Para evitar esto, hay bodegas que han implantado el autocontrol de calidad de sus vinos. Es el caso de Suertes del Marqués en el Valle de la Orotava (Tenerife), que cuenta con su propio comité de cata formado por el equipo de bodega —entre ellos el propio Jonatan y el director técnico Luis Seabra, ex enólogo de Nieeport— y profesionales externos con experiencia en cata y conocimiento del mercado. También están abiertos a inspecciones, pero los primeros que se exigen calidad son ellos mismos. Les va su reputación en ello. “Me cansé de enviar vinos al panel de cata del consejo y suspender aún a sabiendas de que los vinos estaban correctos. En este sentido, los pliegos de la mayoría de DOs están anticuados; igual que los paneles de cata, que son muy rígidos”, explica Jonatan García, propietario de Suertes del Marqués.
Aunque según Pablo Franco los vinos más artesanales “son bien entendidos por el comité de cata”, la DOCa Rioja “está trabajando en un sistema de gestión que pivota en el autocontrol. Los operadores deberán contar con un sistema de autocontrol documentado que permita evidenciar que se cumplen los requisitos del pliego de condiciones. Si el Consejo Regulador determina que este sistema de autocontrol es positivo, al operador se le considerará certificado y podrá marcar su producto como Rioja”.

Más profesionalidad en los paneles de cata
El sentimiento de que estas descalificaciones penalizan a los vinos diferentes pero correctos tiene eco entre casi todos los elaboradores apegados al terruño que buscan expresiones diferentes de variedades, zonas, altitudes y técnicas de elaboración como la fermentación con pieles o en ánforas y tinajas. Paradójicamente un buen número de estos vinos rechazados por las propias DOs suelen obtener puntuaciones altas entre los críticos nacionales e internacionales de prestigio, contribuyendo a dar prestigio a la zona que los ningunea.
Al viticultor Alberto Nanclares (Nanclares y Prieto) también le han descalificado varios vinos, generalmente por el olor y gusto. Sucio, azufrado, oxidado, metálico, acido o áspero son algunos comentarios que ha recibido por parte de los catadores del consejo. Hartos de tanto rechazo, el año pasado ellos mismos se autodescalificaron dos vinos. “El comité de cata los rechazó dos veces y en lugar de mandarlos a una tercera oportunidad que tenemos, decidimos renunciar a la tirilla de la DO”, explica Nanclares. “Para una bodega como la nuestra hoy en día no representa un valor importante que nuestros vinos pertenezcan a la DO. De hecho ningún cliente nos preguntó por qué el vino ya no tenía contraetiqueta y en las ventas ni se notó”.
El deseo de Nanclares, que trabaja junto a su socia Silvia Prieto en Rías Baixas y Ribeira Sacra, es tener todos sus vinos dentro de la DO y poder poner la variedad en la etiqueta, pero cree que deberían cambiar muchas cosas, empezando por la definición de lo que es un vino de Rías Baixas. “Cada vez somos más conscientes de la variedad de expresiones del albariño y con una definición del vino basada en la forma de elaborar de las bodegas industriales, muchos vinos se quedan fuera, sobre todo los vinos con más personalidad. Normalmente los vinos de entrada de nuestra bodega no tienen problema para pasar la cata”, afirma Nanclares.
Como Oliván y García, otro elemento que cuestiona Nanclares, es la composición del comité de cata, similar en muchas DOs del país. “Está formado básicamente por enólogos de las bodegas pero sería interesante que fueran catadores y sumilleres ajenos a las propias bodegas, ajenos a sus intereses y a sus propios vicios e ideas preconcebidas”. En Rioja, Pablo Franco asegura que la mayor parte de los catadores tienen estudios en viticultura y enología y representan al sector productor (presentados por los sindicatos o cooperativas), al comercial (presentados por las bodegas) y miembros independientes (centros educativos o de investigación y asociación de enólogos). “Un detalle importante es que ningún catador se puede postular a ser miembro del panel de cata. El hecho de que su nombramiento esté avalado supone una garantía. Además, los catadores deben superar un examen y realizar un reciclaje cada año y medio o dos.”
En la DO Rías Baixas, Agustín Lago, su director técnico, defiende que los paneles de cata sean de técnicos, bodegueros y enólogos de la zona porque conocen bien los vinos. “Se trata de definir donde está el problema. Los sumilleres y consumidores no tienen ese perfil técnico y si no saben qué problemas puede tener el vino, pocos favores les hacen a las bodegas”. Según Lago, el objetivo de las DOs “no es poner coto al espíritu emprendedor de las bodegas. Está muy bien experimentar, pero como todo, se debe seguir un proceso para consensuar y definir estilos.”
Al margen de los paneles de cata, Oliván sabe que él y otros pequeños viticultores seguirán elaborando vinos personales que intenten expresar lo mejor de las viñas con las que trabajan. “Yo no me voy a ir de Rioja; en todo caso ellos me echarán de Rioja. La labor de las DOs es velar por el origen y que el vino esté correcto. ¿Qué más quieren?”