¿Es buena idea mezclar trabajo y amistad? Hay quien prefiere no arriesgarse a enturbiar una buena relación por asuntos laborales, pero no fue el caso de los cuatro integrantes de Envínate. Roberto Santana, Alfonso Torrente, José Ángel Martínez y Laura Ramos se conocieron en 2004 estudiando enología en la Universidad Miguel Hernández de Elche y cuatro años después unieron su talento para asesorar a diferentes bodegas del país y elaborar sus propios vinos bajo el nombre de Envínate.
“Los cuatro tenemos gustos muy parecidos. Hemos aprendido juntos y tenemos una idea clara y compartida sobre los vinos que queremos hacer”, explica Roberto, que junto con Alfonso, forman una pareja de excelentes catadores y han ganado varios campeonatos como la Cata por Parejas de Vila Viniteca en 2013 y el Campeonato del Mundo de Cata a Ciegas en 2015.
Aunque no es fácil encontrar a todo el equipo en un mismo lugar, mantienen una comunicación constante entre ellos y los cuatro se van moviendo entre Tenerife, Extremadura, Montilla, Almansa y Ribeira Sacra, que son las zonas en las que asesoran o tienen proyectos. Laura y José de momento trabajan también para terceros (Casa Corredor y Bodegas Almanseñas, respectivamente), pero Roberto (tras su salida de Suertes del Marqués el año pasado) y Alfonso trabajan exclusivamente para Envínate.
“No miramos quien trabaja más o invierte más horas. Los cuatro hacemos los vinos en todas las zonas; porque yo sea canario, no quiere decir que los de Tenerife los haga yo. Obviamente yo estoy más tiempo aquí, pero los cuatro tomamos las decisiones de forma conjunta”, asegura Roberto. “Además aprendemos muchísimo porque hacemos unas siete vendimias al año. Empezamos en Extremadura, después vamos a Montilla, Galicia, Almansa para hacer el Albahra [una garnacha tintorera] y aquí en Tenerife hacemos tres. Esto nos enriquece mucho y al mismo tiempo nos hace darnos cuenta de que no tenemos ni idea”, dice entre risas.
Pero idea sí que tienen, y mucha. Año tras año sus vinos consiguen excelentes críticas en publicaciones internacionales de prestigio como The Wine Advocate o JancisRobinson.com por lo que no es de extrañar que vendan el 80% de su producción en el extranjero y se valore su excelente relación calidad-precio.
Podrían subir el precio de sus vinos y seguir vendiéndolos sin problemas pero da la sensación de que a los Envínate les mueve más la pasión y los paisajes con viñedos singulares que el deseo de contratar un chófer con limusina para viajar con más comodidad entre los lugares donde hacen vino.
Uno de esos lugares especiales es Ribeira Sacra, un paisaje mágico y salvaje de cañones que se precipitan sobre el río Sil y viñas que desafían la pendiente hundiendo sus raíces en los suelos de pizarra. Alfonso, natural de Sarria (Lugo), fue el que hizo las introducciones pero la zona les cautivó a los cuatro. Allí, en su bodega de A Teixeira, elaboran tres tintos: su vino de pueblo Lousas (que son las lascas de pizarra en gallego) y los dos de finca, Camiño Novo y Parcela Seoane, que nacen en las viñas con las que trabajan en Ribeira do Sil, Amandi, Bibei y Chantada.
Personalidad, carácter y alma
Su filosofía, tanto en Ribeira Sacra como en las otras zonas, pasa por una viticultura bien trabajada y sostenible como herramienta fundamental para que los vinos tengan cada uno la identidad de la zona aunque Envínate ponga su sello.
El trabajo conjunto con viticultores locales como Miguel Anxo en Ribeira Sacra, Eusebio Machío en Badajoz, Emilio Ramírez en Santiago del Teide o la docena de pequeños agricultores de Taganana, en el extremo nororiental de Tenerife, es muy importante para ellos, tanto que insisten en darles protagonismo en las etiquetas. “Preferimos nombrarles a ellos antes que decir si la barrica es francesa o quien fue el arquitecto que hizo la bodega”, resume Roberto.
Los tres vinos de Ribeira Sacra son principalmente mencía, pero también llevan otras variedades tradicionales que están presentes en el viñedo como garnacha tintorera, brancellao, merenzao o bastardo.
“Yo creo que está bien que dejen a la gente trabajar con variedades diversas pero lo que no tiene sentido es que, por ejemplo, en Extremadura esté prohibida la trincadeira, la touriga nacional o la tinta amarela, que son variedades muy establecidas al otro lado de la frontera portuguesa. Nos gustaría plantar periquita, una variedad del Alentejo, y la castelao, pero nos ponen pegas; eso sí, está permitido plantar merlot, que crece a 2.000 km de distancia”, se queja Roberto, que hace de portavoz del grupo en nuestro encuentro en Tenerife. “En Ribeira Sacra, en este sentido, tenemos muchos problemas. Nosotros trabajamos con viñedos muy viejos y nos dicen los veedores del Consejo Regulador que no podemos meter las uvas blancas del viñedo, que quizás suponen un 3%, pero ¿qué le dices al paisano, que no meta esos 60 kilos cuando esa uva lleva ahí toda la vida?”.
En Envínate prefieren los vinos frescos, elegantes y sin protagonismo de la madera, muy al estilo borgoñón, y buscando tres pilares: la personalidad, que se la da el suelo; el carácter, que se lo da la añada, y el alma, que se la da el viticultor que trabaja la finca. En bodega sus pautas generales son trabajar con levaduras autóctonas y con poco sulfuroso y sólo antes de embotellar, evitando los trasiegos. Prefieren la madera y el cemento al acero inoxidable para las fermentaciones y utilizan el carbónico de las fermentaciones para prevenir oxidaciones y proteger el vino en bodega.
“Intentamos interpretar todo esto con el máximo respeto posible por esos vinificamos cada viñedo por separado y después decidimos si hacemos vino de parcela o ensamblamos, pero no tenemos una receta para hacer vino”, explica Roberto, mientras caminamos por los viñedos que trabajan en Santiago del Teide. “En España nos gustan mucho las modas: hace 20 años todos querían hacer vinos con mucha madera para Robert Parker, hace 30 todos querían parecer Rioja y ahora todo el mundo es hippy y elabora con ánforas y en biodinámico”.
Nuevos proyectos
Fruto de su colaboración con Palacio Quemado en Extremadura, propiedad de Alvear, el año pasado se involucraron en un proyecto nuevo en Montilla-Moriles con el que están muy ilusionados. Allí han seleccionado cinco parcelas de viñedo de entre 30 y 80 años con diversas alturas y orientaciones y han hecho dos vendimias: la primeras uvas se recogen antes de lo habitual, con 11º o 12º de alcohol; de este lote, una parte se vinifica en las tradicionales tinajas grandes de hormigón con placas de frío mientras que la otra parte se vinifica con pieles. El resto de las uvas se deja madurar en la viña y se vendimia y elabora tal y como es tradicional en la zona.
Ahora el vino descansa en las tinajas con su velo de flor hasta el mes que viene. “Tenemos 15 vinos distintos para ver si el terroir marca de verdad los vinos”, indica Roberto, que ha intercambiado información sobre suelos con el sanluqueño Ramiro Ibáñez, uno de los enólogos que más trabaja este tema en España. “De momento estamos muy contentos con lo que está saliendo. La idea es ensamblar parte del vino en marzo para hacer un village. Otra parte la dejaremos en tinajas y una tercera parte se pasará a botas. Después a lo mejor hacemos una serie de seis terroirs, aunque no está nada decidido”, explica.
La idea detrás de este proyecto, en el que han contado con la ayuda de Bernardo Lucena, el enólogo de Alvear, es valorar y defender el viñedo antiguo. Los viticultores de la zona están encantados porque trabajan menos y les beneficia económicamente. “Al vendimiar con cuatro grados menos se gana mucho, porque la vendimia se hace casi tres semanas antes y la uva tiene más peso”, dice Roberto. “Nos apasionan los vinos del Marco pero creemos que dentro de 15-20 años no estarán igual; los que tomamos ahora tienen un 80% de vino de 20-30 años pero la viticultura ha cambiado. Antes había producción en vaso con rendimientos de 6.000-8.000kg/Ha, pero ahora lo que hay es viñedo en espaldera con suelos abonados y producciones de 20.000kg/Ha”.
También están ilusionados con el paso que han dado en Tenerife, donde han instalado su sede en la antigua bodega comarcal de Santiago del Teide, una zona a 1.000 metros de altura en el noroeste de la isla en la que ya no quedan bodegas elaboradoras.
Lo que sí queda son viñedos en vaso, muchos de entre 60-120 años de edad de variedades como listán prieto (la país chilena o misión de California), listán blanco (la palomino de Jerez) y tintilla, que crecen en suelos volcánicos. Su tinto Benje —y desde la cosecha 2016, también Benje Blanco— son el reflejo de ese clima continental, sin humedad y mucha insolación, mucho más castellano que el de Taganana (que en guanche significa rodeado de montañas), donde la influencia de los frescos vientos alisios y del Atlántico es evidente en el paisaje, en la viticultura y en sus vinos, los famosos Táganan y los vinos de parcela Finca Margalagua y Finca Amogoje (en la primera añada, a Pitu Roca le gustó tanto que les ofreció comprarles toda la producción).
También trabajan ahora con tres viticultores en La Orotava, un valle que desciende por la falda norte del Teide, a medio camino entre Taganana en el este y Santiago del Teide en el oeste, y que Roberto conoce bien tras sus ocho años como enólogo en Suertes del Marqués. De allí sacarán para principios de 2018 un blanco de una parcela que tienen en La Piñera, una zona sombría y fresca que da vinos verticales, y un tinto de listán negro en cordón trenzado, el sistema de conducción tradicional de la zona, que mezcla dos parcelas: la fruta de San Antonio y la mineralidad de La Habanera.
“Cuando empezamos a trabajar en Tenerife nos decían: “La listán negro no vale para nada”, pero no es cierto. Si sacas 20.000 kilos por hectárea por supuesto que no da, pero ni la listán ni la cabernet”, dice Roberto, que utiliza una frase que les enseñó José María Vicente de la bodega Casa Castillo en Jumilla, donde vendimiaban mientras estudiaban en la universidad: “No hay ninguna variedad innoble, el que es innoble es el viticultor”.