Xavier Ybargüengoitia, presidente de Estates & Wines (Grupo LVMH) – Redacción

Redacción

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Reproducimos el artículo publicado por Mar Galtés en La Vanguardia, el pasado domingo.

Algunos de los vinos de Estates & Wines
Algunos de los vinos de Estates & Wines

El mundo gira, y no siempre a nuestro alrededor. Viajar ayuda a perder la prepotencia». Cada lunes a las siete de la mañana, Xavier Ybargüengoitia coge «el autobús» en El Prat hacia París, donde desde hace nueve años tiene su despacho de presidente ejecutivo de Estates & Wines, la división de LVMH que controla las bodegas de grupo fuera de Francia. Éste es su viaje más corto, porque los demás son los que le llevan. al menos una vez al año, hasta las bodegas que tienen en Nueva Zelanda, Argentina, Brasil, California y España (Numancia, de la DO Toro). Es uno de los pocos altos ejecutivos no franceses en el primer grupo de productos de lujo del mundo.

Ybargüengoitia tiene su casa en Vilafranca, «pero no es fácil vivir en el Penedès: es un mundo cerrado y endogámico», dice no sin cierto dolor, el de advertir que «se podrían haber hecho las cosas mucho mejor. Algunos las hacen, pero no la mayoría». Lo dice quien impulsó, y luego decidió vender, la bodega de cavas Chandon en Sant Cugat de Sesgarrigues. «Me dolió, esa bodega había sido mi bebé, la gente había puesto ilusión. Pero el sector del cava ha basado su exportación en precio bajo. Eso nos hacía muy difícil vender cava caro, porque era más rentable para nosotros vender el Chandon australiano».

Nieto de un bilbaíno jugador de frontón, Xavier Ybargüengoitia nació en 1947 en Barcelona, y se crío en Arenys de Mar. A lo 17 se independizó y para pagarse Económicas empezó a hacer estadísticas, primero en la Cambra de Comerç, luego en Plásticos Tatay como controller comercial. Dirigió la red comercial Sistemas de Control y «a los 33 años quise entrar en gran cosmumo». Fue el director de marketing de Jabones Camp, pero «cuando llegó el señor Luque vi cosas que no me gustaban, advertí a los hermanos Camp de que acabarían perdiendo la empresa, y me hicieron caso…». Ybargüengoitia se fue al grupo Agrolimen, como director comercial de Trinaranjus, «en la época del relanzamiento y posterior venta de Schweppes».

Xavier Ybargüengoitia
Xavier Ybargüengoitia

Los nuevos dueños le ofrecieron la dirección en Portugal, pero hacía seis meses que había enviudado «y para mis hijas no era un buen momento para cambiar de entorno». Así que se fu a Bimbo, «la única empresa en la que he estado un solo año»… Y entonces pasó a CPC (hoy Unilever): «Piloté la transformación industrial», lo que significó que le tocó cerrar la fábrica de Knorr en Martorell, vender Hornimans a Sara Lee, y tansformó la planta de Hellmanns en centro europeo de mayonesas y salsas. Hasta que en febrero de 1996 le llamaron de Moët. «Hubo gente que me preguntó que por qué iba a una compañía tan pequeña. Tenía 49 años, venía de dos años duros de reestrcuturaciones y me apetecía trabajar con un producto del que es fácil enamorarse». Fue su primer contacto profesional con el mundo del vino. «Y sigo sin entender de vino. Muchas bodegas en el mundo están dirigidas por enólogos o propietarios que llevan generaciones en el sector. Y yo les digo que uno de sus problemas es que hablan como si todo el mundo entendiera de vinos, cuando en realidad hay mucha gente que disfruta del vino y que quiere aprender, pero muy pocos entienden (y especialmente en países de consumo emergente, como Ásia)».

Ybargüengoitia cuenta que llegó a una bodega que perdía dinero y que vendía 400.000 botellas de Moët; a los seis años, «las cavas Chandon ya ganaban dinero y empezamos a exportar, y de champagne Moët vendía 1,2 millones de botellas, el sexto mercado en ventas, en un país de cava». Con estos resultados «inesperados en España», le propusieron la presidencia ejecutiva de una de las sociedades del LVMH. Y se convirtió en residente fiscal en Francia, pero dejó a su familia en casa: «Es complicado que la mujer deje de trabajar, cambiar a las niñas de colegio si yo me paso la mitad del tiempo viajando». Por eso trata que los fines de semana sean sagrados.

A Ybargüengoitia se le ve empapado de la cultura de LVMH: los gemelos de Dior, la corbata de y el cinturón de Loewe, la bolsa y los zapatos de viaje de Louis Vuitton o el reloj Tag Heuer le delatan. «No es un tema corporativo, pero es una satisfacción poder gastar parte del salario en las marcas del grupo».

«Nuestros competidores son las otras divisiones de LVMH, que son algunas de las marcas más rentables del mundo. Si no ofrecemos una buena rentabilidad, el grupo no tendrá interés en nosotros». Asegura sin rubor que «la empresa que yo llevo probablemente es la empresa más rentable del sector a nivel mundial, que no la más grande». Es un tema de posicionamiento: del consumo mundial de 2.600 millones de cajas de vino (tranquilos y espumosos), sólo el 2% valen más de 15 dólares la botella. «Y casi todos nuestros vinos empiezan a partir de 17 euros». Su red de ventas es la misma que la de Moët, Dom Pérignon, Veuve Clicquot, Krug, y eso sí es un lujo, «que muy pocas empresas pueden tener».

Sus instrucciones a los enólogos son claras: «que hagan producto con la personalidad del terroir, y que esté reconocido entre los mejores productos de su origen». Y de todo lo demás -marca, marca, marca- ya se encarga él. Se le hace difícil recomendar porqué cada vino tiene su momento: «para el aperitivo, un Cloudy Bay de Nueva Zelanda, fresco, joven. Y para acompañar un filete, un Nunanthia, de Toro».

Vistió la camiseta del Sant Vicenç de Montalt en la liga catalana de fútbol de veteranos hasta los cuarenta, «ahora arrastro las lesiones del deporte», pero sigue practicando tenis y esquí. Y dedica las muchas horas de avión para leer y ponerse al día en estrenos cinematográficos. Aunque en los vuelos transoceánicos no acaban sus viajes: «En las grandes ciudades no hay viñedos. Cuando llego, me espera una avioneta y luego un coche para llegar a las bodegas…, que suelen estar en sitios paradisíacos».