Mario Tarancón se ha jubilado y ha traspasado el Bar Central tras pasar 40 años en el popular mercado barcelonés
Muchos no lo sabían. Ni algunos de los comerciantes del mercado de la Boqueria, compañeros durante décadas. Pero las del sábado 15 de junio fueron las últimas raciones que Ana Arch y Mario Tarancón sirvieron en su Bar Central. Se jubilan. Él, tras 42 años en el mercado en el que conoció a su mujer. Ella, tras16 primaveras junto a su marido en la barra del Central.

Quisieron hacerlo de la forma más discreta posible. La misma en la que han trabajado todo este tiempo, levantándose entre 4.00 y 5.00 de la mañana, comprando el producto fresco en la propia Boqueria, sirviendo desayunos, aperitivos y comidas. Ese sábado, el rumor fue corriendo por el mercado, y la gente se fue acercando al Bar Central para cerciorarse. En efecto, ese fue el último día. Ahora el bar sigue existiendo, en manos de otro empresario. Se cierra un capítulo en el mercado más conocido del mundo. «Da pena hasta cierto punto, porque dejas de ver a mucha gente, pero ya tenemos una edad para descansar», explica a 7Caníbales Ana.
Fue Mario Tarancón quien instaló allí su primer bar, Can Mario, junto a su cuñado, hace 42 años. Hace 30 años compraron lo que ha sido el Central, del que se empezó encargando el cuñado de Mario. Cuando el cuñado se jubiló, los hijos del que había sido su socio entraron en el negocio y se intercambiaron los locales con Mario, que pasó a dirigir el Central, mientras que sus sobrinos se quedaron con Can Mario, al que rebautizaron como El Kiosko Universal, otro sitio de referencia hoy en La Boqueria. De eso hace ya 18 años. Así, Mario se centró en su nuevo establecimiento, el Bar Central, que llevó en el día a día con Ana, su mujer, a la que conoció como clienta habitual en el propio mercado. Ella vivía en el 85 de la Rambla y acudía a comprar cada día.

En 1997, entró en el negocio encargándose de los platos más elaborados, mientras su marido ha estado cada día pendiente de la plancha: fricandó, albóndigas, cap i pota, caracoles, butifarra y las exquisitas tortillas de Mario, o el filet mignon con foie, han sido de los platos más demandados por un clientela fiel y agradecida. «Simpatía y proximidad con la gente», ha sido el secreto del éxito, explica Ana.

No es casualidad que Ferran Adrià acudiera a comer callos, o que se dejaran ver por allí alguna vez Juan Mari Arzak o José Andrés. O que israelíes y palestinos compartieran barra, que un japonés acudiera cada año aprovechando que hacía el viaje para ver el Barça-Madrid o que un cliente escocés que visitaba Catalunya cada Sant Jordi, le trajera a Ana puntualmente una rosa. Y es que en el Bar Central se comía de perlas, pero además te trataban como a un rey. Tanto es así, que cuando las rosas del escocés dejaron de llegar, su hijo escribió una carta explicando que el padre había fallecido. Poco después, fue el hijo quien trajo la rosa a Ana, aprovechando un viaje.
El Bar Central ha sido una familia. No sólo por Mario y Ana. Ni por su relación con la clientela. También por los empleados. Algunos comenzaron de adolescentes y han seguido hasta el último día.
El Central se acabó (al menos tal y como lo conocíamos, porque sigue abierto aunque con otros propietarios), pero Ana insiste: «Aparte de clientes, hemos hecho amigos». Y esos, quedan para siempre.