«Un hombre que conoce las cocinas de Londres domina las cocinas del mundo»
Oscar Wilde
Esta frase, de apariencia tan pretenciosa, lejos de perder rigor con el trascurrir del tiempo, ha ganado en vigencia. En la actualidad, al conocido hervidero cultural, de ocio y consumo, con el que Londres ha cautivado durante tantos años a sus habitantes y turistas, se ha sumado un nuevo despertar gastronómico que la convierte, como reconoce la guía Michelin, en la ciudad con la más diversa y variada selección de establecimientos de todas las gamas, cualidades y precios.

En la capital británica confluyen, y se mezclan, la mejor representación de todas las cocinas del mundo, las últimas vanguardias de la gastronomía, y el gusto por la tradición de la hostelería más clásica. Todo en una alegre miscelánea que la sitúa «como uno de los mejores lugares para comer del planeta» según afirmó la prestigiosa revista gastronómica americana Gourmet.
Por hablar de cocineros, la presencia de chefs internacionales en esta ciudad cosmopolita es tan sugerente como llamativa: Alain Ducasse, Joël Robuchon, Nobu Matsuhisa, Pierre Gagnaire, Hélène Darroze, Giorgo Locatelli, la familia Roux, Atul Kochhar, (e incluso, el reciente desembarco de Nacho Manzano a modo de asesoria) , son solo unos ejemplos de una larga lista en aumento. A esto, hay que sumar varias generaciones de cocineros ingleses que han encumbrado su gastronomía a unos niveles nunca alcanzados. A nombres como los mediáticos Jamie Oliver, Hugh Fearnley-Whittingstall, Gordon Ramsay y Heston Blumenthal se añaden otros que podríamos señalar: Marcus Wareing, Marco Pierre White, Shane Osborn, Philip Howard, Tom Aikens, y así un largo etcétera, que demuestra la amplitud y asentamiento de toda una corriente.
Una reciente sensibilidad, la gastronómica, que ha calado entre la sociedad inglesa, la cual, pese a entregarse al detrimento del Junk food (la denominada comida basura – un hábito que continua muy vigente, no nos confundamos-) ha comenzado a valorar las propuestas culinarias que le rodean. De esta manera, el placer de comer en buenos restaurantes es, hoy en día, una primera alternativa de ocio para esa difusa clase social media en la que, quien mas y quien menos, uno se siente representado. Pero eso sí, buscar y discernir es indispensable en este gran pajar: no todo es oro en Londres, y, por ejemplo, abundan los lugares con una pretendida estética cool bajo la que enmascaran su escasa calidad.
Esta nueva cultura por la alimentación se ve reflejada en la calle: la proliferación de establecimientos (como los llamados food-halls) y comercios especializados que atraen y embelesan los sentidos; el fenómeno social de los farmer-markets semanales donde productores locales venden, sus productos artesanales, al cliente del barrio; además de sus numerosos y populares mercadillos como el Borough market, el legendario Camdem, la bohemia de Portobello, la modernidad de Spitafields y el multiétnico Brixton como breves detalles que muestran la divertida, amplia y heterogenia realidad que vive la ciudad en estos momentos.

A esto hay que añadir, el cuidado y la atención que prestan los medios de comunicación sobre el tema: desde los programas de contenido gastronómico a lo largo y ancho de las parrillas televisivas, además de la atención diaria de los periódicos sobre esta actualidad; la labor de las agencias de comunicación; y hasta el ya inabarcable campo de las webs y los blogs, son todo estímulos en una misma dirección que fomentan la asimilación del hecho como valor cultural y, por tanto, respuestas de consumo.
Y con estos ingredientes, es evidente que algo se cuece en Londres, y lejos parecen los días donde para comer bien aquí era necesario desayunar tres veces. La más consumista capital europea continúa su ritmo vertiginoso de creatividad donde nacen y se prueban el futuro de nuevas tendencias. Y, ahora, el culinario alberga su momento. En definitiva, un lugar para vivirlo y un momento para contarlo. ¿Si ustedes lo permiten…?