«¡Ojalá se comieran!» Cuantas veces habré expresado  ese deseo ante el alud de medusas de todos los tamaños que impiden un relajado baño en nuestras playas, porque, mortales no son, pero puñeteras lo son un rato. Pensaba que quizá pudiera suceder como con los cohombros o pepinos de mar, lo que en catalán llamamos  «espardenyes», ( que no quiere decir otra cosa que alpargatas) que se despreciaban, hasta que alguien decidió que eran un exquisito bocado. Los abuelos, o incluso más cerca, los padres de los pescadores que ahora se ganan la vida con esta pesca las devolvían a la mar o las utilizaban como cebo.Hoy por hoy nos parece extraño suponer que un interés similar pudiera provocarlo las medusas. Sin embargo, en China, Japón y otros países de aquellas latitudes, las medusas son alimento habitual. Un representante de la Oficina de Comercio de la embajada China en España se interesó este verano por un ejemplar de gran tamaño que fue hallado en la costa granadina, creyendo que las de nuestros mares son de igual envergadura. Por lo visto, puede llegar a abrirse una interesante vía de negocio con las medusas grandes. También ha visto el filón una empresa mallorquina, MSS, que trabaja codo con codo con la Universidat de les Illes Balears para hacer distintas elaboraciones comestibles.

Para conseguir el éxito piensan convencer a los mejores prescriptores; o sea, a grandes cocineros. De momento, una de ellos, Carme Ruscalleda, ya es una convencida consumidora. Tras abrir el restaurante Sant Pau en Tokio, Carme descubrió nuevos productos o las posibilidades de otros que aquí se tiran; «trashcooking» con, por ejemplo, ojos de pescado. Más de uno recordará su ponencia en el Fòrum de Girona del año pasado. Pero de Japón Carme también trajo medusas. Las sirvió por primera vez, como aperitivo, el verano del 2006 hasta que, éste, con vistas a posibles preparaciones para el año próximo, ha empezado a experimentar con medusas locales. Asesorada por un biólogo marino, Carme ha trabajado una especia no urticante, la que popularmente llaman, por su aspecto, «huevo frito». Me contó que les da un tratamiento similar al que se hace en Oriente. Las pone en sal durante 12 horas tras lo cual las lava bajo el grifo y las deja en remojo.

Carme ya ha ensayado dos preparaciones distintas, sin ninguna cocción. En un caso las puso con una vinagreta y en el segundo probó el efecto del calor al servirlas sobre un lecho de fideuà de verduras. En los dos casos, asegura Carme, el resultado fue delicioso. Confieso que a mí, que comí las japonesas en el Sant Pau de Sant Pol y también en un restaurante Chino, la textura, cartilaginosa, me parece lo más interesante. Tendremos que esperar al verano próximo para conocer ese nuevo huevo frito en casa de Carme Ruscalleda a no ser que el bicho en cuestión consiga antes más adeptos.