Realmente decepcionante. Lo que prometía ser un delirante argumento perdido para Pepe Carvalho ha acabado siendo una nota chusca a pie de página. Una cutrez.
Mientras la poli se abrasaba al sol de cala Montjoi buscando al gourmet de pega perdido, éste se ofrecía prosaicamente en Genève sacando unas «moscas» del cajero automático.
Pequeñas glorias del simulacro posmoderno. Ahora, es posible que pueda medrar en el Christie’s de turno y sacar a subasta la famosa libreta y el pintoresco sombrero que olvidó en El Bulli (y que Juli, comme il faut, mandó en una caja al también efímeramente famoso «tío»).
Y con la pasta que se saque, enviar una propina generosa al Bulli y seguir con el insensato viaje gastronómico truncado por una mala racha de Tramontana.
Qué mundo curioso…