La construcción de una bodega como Monte Quieto no es de lo más común. La apuesta de sus dueños, Agustín Casabal y Matilde Pereda, fue la de un estilo productivo agrícola donde la uva fuera más importante que elaborar vinos de moda. Sobre todo, apostaron por crear valor añadido en los años 2000 en un país demasiado acostumbrado a quedarse en las materias primas.
El matrimonio compró la finca de Agrelo. Con el tiempo se expandieron con fincas en Ugarteche y Vistaflores. Renovaron la casa de estancia y plantaron cabernet franc, una variedad poco popular en aquel momento, pero que les gustaba mucho.

Entrar a la finca es recorrer una casona enorme estilo campo, de techos altos, de esas joyitas que existen en Mendoza. Caminar entre viñedos, zarzamoras, frambuesas, durazneros, una huerta que sirve de apoyo al recientemente inaugurado restaurante Enlace. También están la enorme pileta y la casa de huéspedes para quienes quieran quedarse a dormir.
Hoy, más de veinte años después de haberla pisado por primera vez, la historia decantó un estilo de vinos construido lentamente, con una filosofía que pregona hacer mucho con recursos limitados, insistir con las variedades en las que vieron potencial desde el comienzo y, sobre todo, no acomodarse al gusto del mercado y resistir con blends complejos que agregan capas y capas de sabor.
Los enólogos están de moda. Hace varios años se convirtieron en protagonistas indispensables de las ferias y en figuras clave de la comunicación de las bodegas. Bienvenido sea, porque desde que eso pasa muchos proyectos permeabilizaron información antes reservada. Pero ¿Qué pasa cuando los enólogos se van de los proyectos? ¿Quién se queda con la potestad del estilo? Quien se pregunta esto es Leonardo Quercetti, enólogo de Monte Quieto desde 2012.

“Lo que más me gusta de Monte Quieto —dice Quercetti— es su filosofía de mantener la autenticidad y centrarse en las fincas, sin dejarse llevar por modas o variedades externas. Me encanta el desafío de explorar y conocer a fondo las tres fincas que tenemos, buscando siempre algo especial en cada una. Este enfoque agrícola es una base sólida, ya que proviene de personas con una fuerte conexión con la producción”.
Leonardo aceptó el desafío hace más de 20 años de hacer mucho con poco, no por escasez, sino por el ejercicio de componer una gran obra con pocas notas musicales. Así salieron vinos que fueron emblema, como un rosado de cabernet franc en la línea Quieto que nadie habría imaginado a principios de los 2000. Hoy la cepa está en auge y la finca tiene muchas hectáreas y vinos basados en más de 45 componentes por año, que le permiten explorar y profundizar sobre qué es lo que pasa con las uvas y sus suelos.
Complejidad y equilibrio
“Yo creo que lo que caracteriza a Monte Quieto es buscar complejidad. Buscamos muchas capas. El tener varias fincas, no comprar uva y vinificar las parcelas por separado, nos da muchos componentes propios para los cortes. Tengo una diversidad de barricas, de bosques, de parcelas, que es hermosa. Nos sentamos una semana a catar todos los componentes por separado, hacemos los cortes del año probando. Así nace nuestro vino ícono Enlace y luego Alegre, eligiendo los mejores vinos que hayan salido en el año. Nos sentamos con Agustín, eso es importante para mí. Yo creo que la figura del enólogo está un poco sobrevalorada; el enólogo no puede ser el único que sepa todo de la bodega y que dirija el estilo. O sea, si me fuera mañana, los que van a continuar el estilo son ellos. Entonces no creo que el enólogo tenga que ser la autoridad máxima, ni cambiar el estilo cuando entra a un proyecto, creo que el estilo le pertenece a la bodega, no al enólogo”.

El enólogo recuerda que el terreno original pertenecía al casco de estancia de los Funes, que abarcaba 26.000 hectáreas y era la residencia de verano de la familia. Hasta la década de 1940 no había viñedos en Agrelo, debido a la falta de agua, con lo cual estos enormes emprendimientos fueron los primeros en cambiar la viticultura de la zona tras la construcción del dique Cipoletti. que permitió un mejor riego.
Definir un estilo
Definir el estilo de una bodega es algo extremadamente difícil y lento. Si bien el viejo mundo está acostumbrado a pensar en el paso de al menos tres generaciones en un mismo proyecto, el nuevo mundo, por razones lógicas, tiene una relación distinta con el tiempo y la identidad. Dentro de esa construcción que llamamos estilo, es indispensable que la observación larga y detenida vaya definiendo de a poco algo que no le pertenece a nadie pero que es parte del valor intrínseco de una bodega.
“A lo largo de estos veintipico años, Monte Quieto no fue de usar madera invasiva, siempre puso el foco en algo más delicado. El hecho de hacer blends te da eso, la necesidad de buscar el equilibrio. Los vinos no siempre son tan expresivos ni tienen tantas aristas, porque la idea siempre es equilibrar. Obviamente algo fuimos cambiando porque la tendencia mundial en la última década fue a refrescar los vinos, entonces acá refrescamos también el estilo, pero no fue algo tan abrupto ni grave”.

“Para hacer vinos hay que divertirse” dice Leonardo, que hace muchos años observa las tres viñas hasta percibir el punto de manzana verde que le dará la maduración en una franja de cabernet franc, o el centro de boca que produce un suelo arcilloso como el de Agrelo en cepas como el malbec o el cabernet Sauvignon, a diferencia de los suelos arenosos de Ugarteche, que le permiten más maduración al syrah, fermentación con escobajos o costados más frescos en el cabernet franc.
“Para mí la diferencia de Ugarteche (Luján de Cuyo) con Gualtallary (Valle de Uco) es que la segunda es una zona de vinos que hay que guardar y esperar. Los vinos de Valle de Uco de ciertas zonas tienen demasiada potencia y concentración, necesitan tiempo. En cambio, Ugarteche es una zona donde nacen adultos. Produce vinos que son buenos para consumir pronto”.
Hoy se puede visitar la bodega de múltiples formas, desde comer en el restaurante probando los vinos, a hacer un domingo de pileta. Pero sobre todo, es una gran opción cuando se quiere conocer cómo eran esos cascos de estancia entre viñedos.

La experiencia gastronómica de Enlace, el restaurante que abrió hace un año y que recientemente cambió su carta a una propuesta más elaborada, tiene opciones diferentes de menús con carnes maduradas y mucho foco en las técnicas. Con propuestas de tres y seis pasos centradas en el vino, enfatizan en la importancia de utilizar productos locales y frescos de Mendoza. Toda la propuesta turística dialoga diariamente con el arte de Silvano, quien hace más de 20 años se encarga meticulosamente de la huerta orgánica y de revestir de flores la pileta y los parques, dedicados a los picnic coloridos en los árboles, opción que la bodega ofrece para probar una experiencia más relajada. Silvano adorna las ventanas de las cuatro habitaciones disponibles para quienes deseen dormir en una casa de bodega y vivir, por algunas horas, la vida del vigneron.