Licantén, la apuesta costera para uvas tintas

Viña La Ronciere buscaba diferenciarse y tenía una sola posibilidad. Su Cabernet Sauvignon 2020 demuestra que la estrategia fue acertada.

Mariana Martínez

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Más de diez años atrás, conversando con Chris Ellis, comprador de sus vinos en el Reino Unido, Alejandro Oureta (tercera generación de viñateros en el Valle Central de Chile) le contaba sobre su preocupación: Chile estaba perdiendo terreno y había que hacer algo, aunque no sabía qué. El británico le dijo algo que no ha olvidado: Hay cuatro opciones para no ser uno más en el mundo del vino; o eres el más grande, o el mejor, o tienes más plata para gastar en publicidad, o eres el más vanguardista. “Yo pensé en ese momento, cuenta Oureta, ni somos el más grande, ni el mejor, no tenemos billetera grande… solo nos queda la innovación”.

Alejandro Orueta, gerente general y dueño de Viña La Ronciere, tercera generación de viñateros.
Alejandro Orueta, gerente general y dueño de Viña La Ronciere, tercera generación de viñateros. Foto, Viña La Ronciere.

A mediados de los 90, Chile estaba en pleno boom de exportaciones y los vinos nacidos de las zonas más fértiles del Valle Central se habían vuelto apetecidos por ser buenos, bonitos y baratos. Cuando el globo de la bonanza exportadora se comenzó a desinflar por la sobreproducción mundial, fue que Oureta, gerente general de Viña La Ronciere, se preocupó. Tras la charla con Ellis juntó a sus hermanos, socios de la viña, y se preguntaron: “¿Tenemos algún viñedo descollante? ¿Tenemos alguna variedad especial? No, no teníamos ninguna diferencia. Así es que nos dijimos ¿dónde encontrar un lugar realmente distinto para partir de cero?, y empezamos a buscarlo”.

 

Juan Aurelio Muñoz, director enólogo de La Ronciere desde hace 15 años, nos cuenta que para su propia suerte, la nueva generación liderada por Alejandro, quería mejorar, y dar un paso más. “Los grandes vinos vienen de un lugar del cual eres propietario, porque empiezas a conocer el campo para llegar a la excelencia, después de 20, 30, 40 años. Por otro lado, precisábamos tener un campo que nos diera la calidad que necesitábamos, algo que entendí cuando terminé de estudiar enología”.

Juan Muñoz, director de enología de Viña La Ronciere. Foto, María Pía Merani.
Juan Muñoz, director de enología de Viña La Ronciere. Foto, María Pía Merani.

“En aquellos primeros años, explica Juan Aurelio, me preguntaba cuáles eran las variables para tener un buen vino. En las bodegas me daba cuenta de que todos hacían algo distinto, me costaba hilvanar ideas. Luego, en el extranjero, veía que entre equipos hasta competían por quién terminaba primero la molienda. En Chile teníamos una preocupación más alta, teníamos miles de cuidados para que no se fueran a oxidar los vinos, pero la calidad final no tenía ninguna comparación. No nos dábamos cuenta de los factores que tienen relación. Por eso, cuando los hermanos Oureta deciden comprar un campo diferente a los que tenían, pensamos que el sello del lugar era el camino para lograr grandes vinos. Se habían alineado las estrellas”.

 

El lugar buscado

 

Esa búsqueda para plantar, entendió Muñoz, tenía relación con la biología de la vid. “Las plantas, a diferencia de los seres humanos, generan antioxidantes bajo condiciones de estrés, los metabolitos secundarios. Más estresadas, más compuestos generan. De ahí viene el concepto de estrés natural, que no es lo mismo que restringir los riegos hasta que la planta se deshidrate. Estrés natural consiste en tener suelos pobres y que naturalmente den poco vigor a las plantas. El resultado son vinos con mayor concentración, más color, más sabores”.

Viñedos en la D.O. Licantén, en la costa entre el Valle de Curicó y Colchagua
Viñedos en la D.O. Licantén, en la costa entre el Valle de Curicó y Colchagua. Foto, Viña La Ronciere.

Adicionalmente, en esa búsqueda del lugar, necesitaban temperaturas frescas que permitieran madurar bien la uva, y así generar más acidez natural para que los vinos tuvieran más vida en el tiempo.

 

“Estuvimos cuatro años buscando el lugar, desde el norte hasta el sur de Chile, cuenta Alejandro Oureta. En 2012 compramos el campo Idahue en Licantén, llegamos por un corredor de propiedades. Nunca habíamos ido a esta comuna en el Valle de Curicó, a sólo 25 kilómetros de la costa. Empezamos a revisarlo, era un campo abandonado con bosque nativo, rodeado con pinos de forestales. Habían plantados olivos, gomeros y paltos. Los viejos de los campos vecinos nos dijeron que en la parte de atrás había habido viñas. Compramos derechos de agua antes de comprar el campo, y ahí empezamos a trabajar bien”.

 

“Arrancamos solo lo que se podía, debimos mantener los árboles nativos por manejo de preservación de naturaleza. Hay un maitén de más de 100 años, hay zorros… En la parte más plana, entre cerros, hicimos el estudio de qué variedades plantar, con varios clones dentro de la misma variedad”. Además, se hicieron análisis de suelos, con calicatas (hoyos con más de 4 metros de profundidad). Fueron 140 calicatas, tal como nos pidieron los sudafricanos que nos asesoraron”. Así fue como en Licantén (nombre que significa “lugar de piedras preciosas”), se encontraron con suelos compuestos de gravas, licorices, lutitas y arcillas.

El campo tiene 240 hectáreas

y se plantaron 120 con

viñedos en alta densidad

“Llegamos a Licantén, cuenta Muñoz, y nos encantó porque tenía una diversidad de suelos aluviales, continentales, costeros, que no habíamos visto en otro lugar. Me llamó además la atención que tenía la influencia del océano, pero no tanto para poder plantar cepas tintas, que es lo que queríamos. Ya veíamos que las temperaturas iban aumentando en la zona central y sabiendo que necesitábamos frescor, todo calzaba”.

 

“El campo tiene 240 hectáreas y plantamos 120. La verdad, dice, nos tiramos con la pura fe. No teníamos certeza de que fuera a resultar. Pasamos muchas angustias mientras se iban haciendo las inversiones. Mientras más te arriesgas, más empírico es el resultado”.

 

Las 120 hectáreas se plantaron en alta densidad: desde 8.333 plantas por hectárea hasta 12.500. “Esto lo hacemos por tener menos kilos por parra y así asegurarnos de que maduren bien. Buscamos obtener el estrés justo, no demasiado porque terminan muriendo y se debilitan; dar con ese equilibrio preciso ha sido el trabajo de estos años”.

Viñedos en la D.O. Licantén, en la costa entre el Valle de Curicó y Colchagua
En el año 2012, Alejandro Oureta y sus hermanos compraron compramos el campo Idahue en Licantén. Foto, Viña La Ronciere.

A la par, cuenta Oureta, empezaron a arrancar en antiguos campos que tenían en Rancagua y en Colchagua. “Eran los viñedos sobre las tierras fértiles. Había mucho vigor, daban uvas de granos grandes”. Allí replantaron con cerezas, kiwis y nuevas variedades de ciruelos. “Al principio, detalla, teníamos unas 200 hectáreas de viñedos y hoy tenemos 140, incluido Licantén. Solo 20 hectáreas quedan por fuera de Licantén”.

 

El proyecto familiar suma varios negocios agrícolas, explica Oureta. “La viña es uno más, y se mantuvo como toque romántico, por el abuelo. Hoy se maneja como una joyita y no funcionamos en base al éxito o el fracaso de la bodega. Eso, pienso, nos permite trabajar con más tranquilidad. Y nos permitió en su momento decidir que con Licantén nos íbamos a meter en otro segmento, en otra división. De un valor promedio de 22 dólares por caja pasamos en 2021 a 70 dólares, y con menos volumen. Ahí dijimos tan perdidos no andamos”.

 

El sabor de Licantén

 

La primera cosecha fue la de 2015, con muy pocas uvas. En 2018, mientras obtenían la Denominación de Origen para la comuna de Licantén más rápido de lo soñado, sacaron al mercado la línea de vinos del mismo nombre con la cosecha 2016. Al año siguiente, en 2019, sus uvas, de gran color y concentración, se fueron incorporando a las líneas de mayor precio, como Quirón (18.000 pesos, 19 dólares) y Solares (42.000 pesos, 44.5 dólares).

Gama de vinos Licantén.
Gama de vinos Licantén.

En la línea Licantén (12.000 pesos, 12.7 dólares, por botella), sumaron primero las cepas malbec, merlot, cabernet sauvignon y cabernet franc, luego petit verdot, syrah y carmenère. Cada etiqueta mezcla un 85% de la variedad de Licantén con otras variedades. Todos tienen entre 10 y 12 meses de guarda en barricas francesas, usadas en su mayoría, porque nuevas marcan mucho el tostado.

 

Recuerdo la primera vez que los probé, de la cosecha 2016, el Merlot fue mi favorito mostrando un carácter de fruta negra, fresca, rara vez encontrado en esta cepa en Chile. Ahora, con las cosechas 2021 y 2020 en el mercado, mi gran favorito es el Licantén Cabernet Sauvignon 2020.

 

Este vino de color violeta impresionantemente oscuro muestra la nota a hojas frescas del bosque nativo esclerófilo, junto a la sensación en boca jugosa, tensa, y de muy sabrosa acidez, hilo conductor definitivo de todas las variedades que componen la serie. Este Cabernet, el más estructurado de la serie, es un bicho raro, en positivo, entre los grandes vinos chilenos de cabernet, nacidos a los pies de la cordillera o en el más y pedregoso cálido valle central: hasta ahora es el único realmente maduro y fresco de nuestra costa. Además, es un imperdible por apenas 12.000 pesos (12.7 dólares).

Cabernet, mi etiqueta favorita.
Cabernet,la etiqueta más notable.

“Yo estoy tomando hoy los Licantén de 2018, dice Oureta. Ya tienen la madera incorporada. Es una ventaja, porque nos da más tiempo de comercialización. Si están guardados en bodega no me preocupa. Antes teníamos más varietales, y su potencial iba cayendo mucho más rápido”.

 

Está contento con la crítica que han recibido desde diferentes rincones del mundo, incluído el Reino Unido. “Los vinos de Licantén son más frescos, no son potentes, no aburren, tienen mucha mineralidad, algunos son más florales y siempre con buena estructura; nunca amermelados. Lograr esta identidad era lo principal. Con lo que teníamos antes no teníamos ninguna posibilidad de que nos tomaran en serio”.

 

A punto de terminar la conversación a distancia con Muñoz, me dice: “Lo que más me gusta está aquí”. En su mano veo una copa con un vino oscuro como la noche. “Es el nuevo vino de Licantén, mezcla de cabernet franc, syrah, malbec y carignan; la producción es de 2.000 kilos por hectárea. Tardamos 12 años para recién apostar a un vino que reúne condiciones como para estar dentro de los mejores, sobre los 120.000 pesos (127 dólares). El vino es cosecha 2024 y recién entró a barricas; saldrá al mercado después de 2026”. Su nombre queda en suspenso.

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