La sociedad del desierto

Comenzaron cincuenta y quedan dieciocho. Con las uvas de sus viñedos, cultivadas en las condiciones más extremas para la vitivinicultura, por sobre los 2.400 metros sobre el nivel del mar, en el Valle del Salar de Atacama, nacen siete vinos chilenos únicos.

Mariana Martínez

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En Atacama, uno de los desiertos más áridos del mundo, donde la NASA prueba sus equipos para algún día colonizar Marte, unos pocos comenzaron a soñar en tener viñedos para hacer vinos de exportación. Era el año 2000. El empujón vendría después, de la mano de las políticas de Buen Vecino implementadas para que las empresas mineras tuvieran buenas relaciones con las comunidades indígenas cercanas a los yacimientos. El territorio común, eran las tierras de la Nación Lickanantay, cultura San Pedro, con 15 mil años de historia en Valle del Salar de Atacama. La empresa minera era la chilena Soquimich, hoy SQM, en los diarios actualmente por su experiencia en la extracción de litio.

Gerardo Puca en el Valle de Puques.
Gerardo Puca en sus viñas del Valle de Puques.

Uno de aquellos primeros viñateros fue Wilfredo Cruz. Entonces eléctrico, trabajaba para la minería. Desde Toconao, nos cuenta ahora que todos sus ahorros los invertía en agricultura y a su señora no le gustaba la idea. Él había comprado plantas de la cepa Pedro Jiménez en Ovalle y paltos en Quillota. Entre 2003 y 2004, cuando comienza la política de Buen Vecino, Wilfredo también presidía la Comunidad Lickan Antay de Toconao. Por eso, cuando SQM empezó a analizar qué actividades veía la comunidad como aporte real, estuvo presente entre las tantas conversaciones que finalmente llevaron a crear en 2009 el proyecto Atacama Tierra Verde.

 

El acuerdo implicó que la minera pondría la tecnología, asesores, bodega y vides para producir vino, y las comunidades, sus tierras y la mano de obra. Las primeras plantas para 50 agricultores comenzaron a llegar en 2010. La propuesta era sumar a las cepas que ya había -francesas, sobre porta injertos resistentes a la sequía y la sal-, entre los poblados de San Pedro, Toconao y Socaire. Este último es el más extremo, a 3.200 metros sobre el nivel del mar.

 

Mineros y agricultores

 

Entre aquellos primeros agricultores y mineros que compraron plantas y las regaron por goteo, también estaba Anjel Puca, quien en el 2000 ya se había retirado. Nos cuenta que entonces hicieron estanques para acumular agua y trajeron varias cepas, entre ellas la moscatel, la rosada pastilla y la San Francisco, con apoyo de INDAP, un ente gubernamental que apoya pequeños agricultores. Su terreno y el de su señora Rosa, fueron herencia de sus abuelos: desde siempre tenían pequeños huertos frutales, limoneros, naranjas, perales, damascos, higueras… “Frutas que maduran en el árbol, sin aplicar químicos. Cuando aparece alguna plaga se aplica, pero poco”.

Viñedos en pleno desierto de Atacama.
Viñedos en Puques, en pleno desierto de Atacama.

20 años después de aquellas primeras conversaciones con SQM, los vinos que llamaron Ayllu (comunidad en la lengua local kunza) han sido premiados en concurso internacionales. Nacen de un total de 18 viñateros, que suman 7.4 hectáreas (5.2 de ellas, en producción). La pequeña bodega que comparten está en Toconao, y allí produjeron el año pasado 13.000 botellas de siete etiquetas diferentes.

 

Son un vino blanco (mezcla de chardonnay, sauvignon gris y chenin blanc), un naranjo (100% moscatel), un rosado (mezcla de pinot noir, petit verdot y cabernet sauvignon) y tres tintos de mezclas en diferentes combinaciones con las variedades país, syrah, malbec, petit verdot, cabernet sauvignon y cabernet franc. Sumado a ellos, está el Dulce Criollo, el histórico del territorio, cuyos viñedos silvestres siguen trepando los árboles frutales.

 

Mirando al turista

 

En estas dos décadas muchos asesores pasaron por la bodega y los viñedos, y cada uno aportó su contribución para ser lo que son hoy. Y en ese camino, cuenta el actual gerente general de la bodega, Wilfredo Cruz Muraña (hijo de Wilfredo Cruz), se han dado una vuelta en círculo. Pues si en un inicio soñaban con producir para exportar y llegaron a vender hasta en supermercados con márgenes imposibles de pagar, hoy tienen el foco puesto en los 600.000 turistas que llegan cada año hasta el Valle del Salar de Atacama, atraídos por la belleza de unos paisajes flanqueados por volcanes, dunas y salares. Sobre los 2.400 metros sobre el nivel del mar, ven su trabajo como lo que es: una hazaña descomunal.

Wilfredo Cruz, fundador de la Coopertiva Lickan Antay.
Wilfredo Cruz, fundador de la Coopertiva Lickan Antay.

Wilfredo junior, por cierto, fue el primero de la comunidad en salir del salar para estudiar viticultura en el verde valle central de Chile, y después enología en España.

 

Wilfredo Cruz padre, un visionario que hoy se dedica al enoturismo en este desierto extremo, con lluvias sólo durante el invierno altiplánico, nos cuenta que ya en 2007 fue a Israel para aprender sobre riego por goteo. “Trajimos un sistema de hidroponía que todavía funciona. Allá aprendí que cuando la planta está chica, con su raíz a 50 cm, sus suelos arenosos son como un colador. Me peleaba con los viticultores que venían y nos recomendaban regar por una hora en la mañana y en la tarde. Yo les decía no, porque en el desierto no hay suelo. Si aplicas una hora de agua, la pierdes”.

Viña propiedad de Fabián Muñoz.
Viña propiedad de Fabián Muñoz.

“A mis nuevas plantas de syrah las empecé a regar 15 veces al día, por 15 minutos. Tenían los nutrientes, fertilizantes (de SQM) y agua. El 2012, a los dos años de plantar, empecé a sacar producción. A muchos se les secaron. Estaban acostumbrados a regar solo cada 10 o 15 días por inundación, gracias a los canales con aguas del deshielo. Partimos 50 agricultores y muchos se salieron del proyecto, porque no tenían el tiempo para ir a sus huertas todos los días”.

 

Buscando la independencia

 

Fabián Muñoz, actual enólogo de la bodega, el primero que reside todo el año en Toconao desde que comenzó el proyecto, nos cuenta ahora -entre los primeros días de vendimia 2024- que en 2018 se creó la Cooperativa Lickanantay, que suma actualmente 36 socios (entre fundadores y las nuevas generaciones). También, en 2018 diseñaron el plan a largo plazo, para que el proyecto fuera realmente sostenible e independiente de SQM en 2026. Se contrató así un gerente comercial, Julio Del Río, y a Wilfredo junior, quien ya estaba de vuelta de sus estudios y trabajando en el proyecto, como el gerente general. Además, decidieron hacer el mejor vino posible bajo una misma marca, en lugar de que cada productor hiciera el suyo bajo una imagen común, como había sido hasta entonces.

Fabián MUñoz en viñedos de Toconao
Fabián Muñoz en viñedos de Toconao.

El actual presidente de la Cooperativa, Juan Espíndola (hijo de fundador) nos cuenta que como tradición en el oasis cada familia tenía su tincá, su propio vino. “Era un vino dulce, como vino de misa. Antiguamente, en noviembre, el día de todos los muertos, cada familia llevaba su tincá al cementerio y las compartían. Hacerlos entonces era ilegal y los elaboraban a escondidas. Llegaban a tener 17 grados de alcohol y eran vinos dulces.

 

Al formarse la cooperativa en 2018, había que hacer un vino más comercial, seco, para el gusto de los europeos”. En esos primeros años su padre hacía el vino bajo la marca Ayllu que incluía en la contraetiqueta el lema Cepa País, además de su nombre y apellido. “Ahora ya no recibe ese reconocimiento, pero sabe que es para el bien de la cooperativa”. Ahora, los técnicos de la cooperativa toman todas las decisiones de cosecha, vinificación, guarda y ventas.

Viñedos en Toconao
Viñedos en Toconao

“Hemos ido tratando de mejorar la interpretación del lugar, explica Fabián, mejorando los productos sin perder el foco en el terruño. Cuando llegué eran vinos muy maduros, los tintos sobre extraídos y mi experiencia en bodega era la de grandes vinos del valle central. Acá no podía hacer lo mismo, no nos iba a representar; había que buscar nuevos estilos para expresar y buscar lo mejor de la uva y del lugar. Yo empecé a sacar el moscatel de la línea de blancos y a usarlo solo para el vino naranjo y lo fermentamos en ánforas chicas. Antes, también se hacían muchos tintos pero decidimos hacer más vinos rosado, más sutiles”.

 

Vinos de Ayllu

 

Los siete vinos secos de hoy, destacan porque comparten un muy particular carácter salino. Sus blanco, rosado (ambos 12.000 pesos chilenos) y naranjo (14.000 pesos) destacan además, por su rica acidez y mineralidad, más que por su carácter dulce y frutal. Tal vez, por el alto contenido de carbonato de calcio en el agua del riego, más que por la sal en el suelo, argumenta Fabián.  Entre las tres etiquetas (las tres Ayllu), la estrella es el naranjo, con todo el perfume floral y a damascos de la moscatel, sumado a la fuerza en boca que aporta la la fermentación y guarda con sus pieles por seis meses.

Botellas de Ayllu y Haalar 2020.
Botellas de Ayllu y Haalar 2020.

A los vinos tintos, por su parte, se les eliminó en 2022 la guarda en madera que antes tenían. “Por la baja humedad atmosférica, nos explica Fabián, perdíamos en evaporación tres litros de vino por semana”. Debido a ello, actualmente se fermentan y guardan en tanques de acero inoxidable y también han empezado a experimentar con la guarda en ánforas, que potencian la sensación salina.

 

Los tres tintos, son los más particulares. Sus sabores y aromas recuerdan a uvas pasas e higos secos (muy consecuente con el sol extremo de las alturas), además del toque salino. De los tres tintos, Ayllu (12.000 pesos) con más malbec y país, es el más duro en boca, el más difícil. Haalar etiqueta blanca, el ícono (25.000) con mayor porcentaje de petit verdot, es el más suave y elegante. Haalar etiqueta negra (18.000), mezcla en la que predomina el syrah y su carácter cárnico, está entre los dos.

Ánforas
Ánforas en la bodega de Ayllu.

Todos ellos, se pueden comprar en la tienda de la cooperativa en el pueblo de San Pedro, donde además entregan la información para realizar visitas a sus viñedos y bodega como parte de la nueva Ruta del Vino Lickananty.

 

Desde la minivan que va en camino a recoger pasajeros para llevarlos desde su viñedo a la bodega, Wilfredo padre recuerda que para hacer sus segundas plantaciones de petit verdot (una cepa que desconocía y se usaba en muy pocas cantidades por su fuerza) hizo una minga. En estas ocasiones, los miembros de la comunidad van a ayudar. “Para plantar, como para cosechar, se pide permiso a la Madre Tierra, y se agradece la ayuda de los que participan con alimentos y vino”.

 

Por eso, cuenta, cuando vienen visitas les muestra como las primeras hileras de parras quedaron derechitas pero al final de día ya no tanto. También, que su señora ya no se enoja porque invierte en agricultura; por el contrario, ella y sus dos hijos más pequeños también tienen sus propios viñedos, que entrarán en producción en los próximos años.

 

Todos tienen la fe puesta en los nuevos viñedos para aumentar la producción y ojalá al fin este año poder concretar sus primeras exportaciones a Brasil. También, en las nuevas generaciones, para que no abandonen todo lo logrado.

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