Madrid es la única capital de Europa que puede presumir de hacer vinos. Siempre se han hecho en la comunidad madrileña. Desde luego en época de los romanos, pero también está constatado en documentos del siglo XII y numerosas referencias literarias en todo el medievo. Con el Siglo de Oro llegó su cénit, sobre todo los que provenían de la comarca de San Martín de Valdeiglesias, citados una y otra vez por genios de la pluma como Francisco de Rojas, Cervantes y Lope de Vega.
Cuando arranca el siglo XX el actual paseo de la Castellana estaba sembrado de viñedos, como ocurría en Fuencarral o Moratalaz, o las localidades de Getafe, Pinto, Fuenlabrada o Parla, hoy ciudades del cinturón industrial. Precisamente la presión urbanística ha sido una de las causas de la drástica disminución del viñedo madrileño en el último siglo, aunque no la única: la competencia de Valdepeñas primero y La Rioja después, la filoxera o la Guerra Civil mermaron radicalmente la producción, pasando de las 60.000 hectáreas. de la primera década de 1900 a cerca de las 9.000 actuales.
Cuatro subzonas, cuatro estilos
La DO Vinos de Madrid es relativamente reciente, de 1990, aunque todo comenzó a gestarse cuatro años años. Antonio Reguilón, presidente del Consejo Regulador, recuerda como inicialmente “arrancó con cinco bodegas, y ahora acoge a 45, vertebradas alrededor de 70 localidades con cultivos y elaboraciones muy heterogéneas”.
Se elaboran unas 4 millones de botellas al año y mucho vino a granel que se vende fuera a otras denominaciones, algo que en absoluto es positivo y que desde la DO luchan por cambiar. Dentro de la denominación existen cuatro subzonas, cada una con sus particularidades. Arganda, al sureste, donde se localiza Aranjuez o Chinchón, es la más extensa y con mayor número de bodegas. Navalcarnero, acotada por el río Guadarrama, ocupa la zona sur de la región. San Martín de Valdeiglesias, en la zona más occidental de la Comunidad, es la segunda en cuanto al número de bodegas. La cuarta y última (reconocida como tal en 2019) está al norte, en la sierra Pobre, incluyendo pueblos como Colmenar Viejo, Patones de Arriba o San Agustín de Guadalix.

“La enorme variedad de terrenos, altura y climatología añade interés a la región, porque lo que caracteriza a los vinos de Madrid es precisamente que no tienen una característica común”, apunta Reguilón, que insiste en un dato que no se puede pasar por alto: Madrid es la segunda DO después de Toro con más cepas viejas, un 70%, en su mayor parte de secano: sostenibilidad pura. Y un plus de calidad.
Garnacha y albillo real, las reinas
La malvar y la albillo real son las dos variedades blancas predominantes, ambas autóctonas de la región. Mientras que en lo que a tintos se refiere son la garnacha tinta y la tinta fina (tempranillo). Hay asimismo otras vides autorizadas –tradicionales o foráneas-
como la syrah, la cabernet sauvignon, la negral o garnacha tintorera, entre otras. En cada subzona predominan aquellas o éstas, pero en general la garnacha tinta y la albillo real son las más singulares e interesantes.
“La albillo real es una joya que da vinos de enorme potencial. Una uva temprana y sabrosa, muy rústica que se adapta muy bien al calor. Su punto fuerte es la boca, que llena mucho, muy sápida, con mucho volumen, que casi se comporta como un tinto. Da lugar a vinos muy gastronómicos, muy complejos”. Lo cuenta Isabel Galindo, enóloga de Las Moradas de San Martín (subzona San Martín de Valdeiglesias) que elabora uno de los albillo real más interesantes, demandados y reconocidos de Madrid.

Esta aún no demasiado conocida uva se ha puesto de moda en la DO, cada vez se está plantando más y pagando más por ella al agricultor, nos aclaran desde la DO, y de hecho ha aumentado significativamente el número de bodegas que apuestan por su cultivo y vinificación.
La otra niña bonita de la región es la garnacha (en puridad garnacha tintorera), esencia de las garnachas centenarias que se cultivaban en el S.XII en San Martín de Valdeiglesias. Ahora está plantada no sólo aquí, sino también en la zona de Navalcarnero y El Molar (Arganda es zona de tempranillos).
En cada lugar tiene su perfil, aunque sin duda es en las tierras donde acaba la sierra de Guadarrama y empieza la de Gredos, al sureste, donde mejor se expresa. El clima fresco, el suelo, juegan a su favor. “Es una variedad camaleónica, sobria, mineral, balsámica, muy fresca en boca, de tanino racial”, puntualiza la enóloga madrileña. Que apunta que hay muchas diferencias entre las del valle y las de altura.

Precisamente en las inmediaciones de Gredos, al suroeste, un tinto elaborado con garnacha por Fernando García y Daniel Jiménez-Landi, de la bodega Comando G, consiguió hace siete años 100 puntos Parker gracias a sus viñedos viejos en vaso plantados en altitud. Y es que las garnachas que se producen en esta zona del país, una encrucijada de provincias (Madrid, Ávila y Toledo), comunidades autónomas y denominaciones vinícolas (DO Vinos de Madrid, DO Méntrida, DO Cebros y VT Castilla y León) producen vinos con un enorme potencial. Vinos que están de moda y se codean de tú a tú con las grandes etiquetas nacionales.
Atrayendo miradas
El presidente de la DO señala que las garnachas tintas están dando muchas alegrías a la vitivinicultura madrileña. Y cita Las Luces, de las Moradas de San Martín, Gran Baccus de Oro 2022; “entre mil vinos no es ninguna bromas. Como tampoco lo son varios de nuestras marcas con garnachas estén por encima de los 96 puntos Párker en EEUU”.
El interés y potencial de los vinos de Madrid ya hace tiempo que han situado la denominación en el punto de mira de renombrados elaboradores de otras zonas y DO. El grupo vitivinícola Enate aterrizó en 1999 en San Martín de Valdeiglesias con la ya citada bodega Las Moradas de San Martín (junto al albillo real elabora garnachas como Las Luces, Initio o Senda). Pasó en Bodegas Marañones (San Martín de Valdeiglesias) que desde 2021 pertenece al grupo vinícola Alma de Carraovejas (propietarios de Pago de Carraovejas, Ossian, MIlsetentayseis, Viña Meín-Emilio Rojo y Aiurri). De ellos son etiquetas que se lucen con la garnacha tinta como 30.000 Maravedíes, Marañones o Peña Caballera. Y se repitió en Aldea del Fresno (subzona Navalcarnero) con Marqués de Griñón y sus vinos de El Rincón.
Todos estos proyectos se han ido sumando a bodegas históricas como Jesús Díaz (Colmenar de Oreja), Vinos Jeromín o Bernaveleva (con sus Navaherreros), que conforman una tradición mantenida a lo largo del tiempo: el 90% de las bodegas son de cuarta y quinta generación, según la denominación.
Hoy en día hay una mayor riqueza y calidad en blancos y tintos madrileños, fruto también de otras bodegas que se han incorporado en las últimas dos décadas y con nombres tan conocidos entre los aficionados como El Regajal, Licinia, Tagonius o Comando G.
No son profetas en su tierra
Han pasado 33 años desde que se creara la DO, pero los vinos de Madrid siguen siendo poco conocidos, incluso en la capital. ¿Cuál es el motivo? Isabel Galindo lo tiene claro. “Falta cultura del vino, conocimiento de su historia, de las variedades, lo autóctono. Nos han acostumbrado el paladar al rioja y el ribera, y eso es difícil de cambiar. Y salvo excepciones, la restauración tampoco se activa: va a precio bajos para ofrecerlo por copas, y los vinos de calidad mediocre nos hacen un flaco favor”.
Por su parte Antonio Reguilón cree que la competencia en Madrid es muy fuerte por la cercanía de La Mancha y la Ribera del Duero. “Pero en los restaurantes sí hay vinos de Madrid, aunque no en las barras”. Algo impensable si hablamos de otras zonas o DO. ¿Imaginan que en bar de A Coruña no sirvieran vinos gallegos? ¿O en Vitoria un tinto de la Rioja alavesa? Con todo, y a pesar del optimismo del presidente, lo cierto es que su presencia en los bares es prácticamente nula, y los restaurantes tampoco manifiestan mucho interés. Hay marcas que por calidad y precio se pueden codear con otras DO. La cuestión es ¿qué se puede hacer?
Isabel Galindo opina que la DO “debe crear imagen”, algo que según Reguilón se está haciendo desde el Consejo Regulador en distintos ámbitos, incluyendo los lineales de supermercado. “Ahí, en Madrid, estamos los terceros en ventas, tras Rioja y Ribera del Duero”. Además, la DO está apostando mucho por el enoturismo: “Es el futuro. La DO no vende nada, lo venden las bodegas. A los distribuidores hay que acompañarles, ir con ellos, y además de ofrecerles promociones, contarles una historia. Y los vinos de Madrid tienen historias que contar”.