Bodegas Riojanas se lanza a experimentar

Una de las bodegas más veteranas de la Rioja Alta, Bodegas Riojanas, ubicada en la localidad de Cenicero, está centrada en el presente, pero mira hacia el futuro sin perder de vista el pasado. El presente pasa por ser una de las bodegas clásicas de la Rioja Alta, con más de 130 años de historia a sus espaldas (fue fundada oficialmente en 1890), cuyas marcas de referencia son Monte Real y Viña Albina, con una producción anual de varios millones de botellas, el 75 por ciento de las cuales van al mercado nacional y el restante 25% a la exportación.

Además, cuenta con inversiones en otras zonas como Ribera del Duero, Toro, Monterrei, Bierzo, Rueda y hasta Champagne. Y, desde hace un tiempo, ha apostado firmemente por el enoturismo, con didácticas visitas guiadas a sus instalaciones, restauradas y acondicionadas a tal fin en 2000, que incluyen actividades interactivas (atención al fabuloso audiovisual sobre los sonidos del vino) y degustaciones.

De cara al futuro, acaba de poner en marcha una bodega experimental, que consiste, en palabras del presidente de la bodega, Santiago Frías, en “un espacio para jugar con partidas pequeñitas, elaboradas en depósitos y barricas especiales, para que los enólogos disfruten innovando y experimentando. Y luego trasladarlo a nuestros vinos, abriéndola al enoturismo para que los amantes del vino puedan probar cosas distintas y comparar y nos ayuden a mejorar”.
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¿En qué consisten esas cosas diferentes? Pues en uvas procedentes de una misma parcela fermentadas en barricas de diferentes materiales como acero inoxidable, madera u hormigón y, en una segunda fase, con diferentes crianzas. Son pequeñas parcelas de no más de dos hectáreas cuyos frutos se someten a maloláctica en tinas de 3.000 litros, nada que ver con las barricas de 225 que marca el Consejo Regulador.

“Se trata de salirnos de las normas y desarrollar otros conceptos donde se conceda toda la importancia al viñedo -señala Emilio Sojo, Director Técnico de la bodega y responsable del proyecto junto con la enóloga Verónica Remartínez- Usamos ánforas de terracota y otros materiales, como el gres, que pueden dar lugar a microoxigenaciones distintas a la de la barrica para ver cómo se fijan la fruta, el color y la estructura y darle algo más de volumen e intensidad”.
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Para la crianza, comenta Remartínez, están experimentando con cubas de pocciopresto, un material de construcción utilizado en la antigua Roma y procedente de Florencia, elaborado con terracota mezclada con arena, piedra y polvo de mármol que oxigena menos que la madera y potencia la mineralidad y da cierta salinidad. También con gres y terracota alemana y se plantean hasta utilizar cristal, a modo de damajuana gigante que evitaría por completo la oxigenación, con resultados por ver. Todo esto lo puede probar el visitante, copa en mano, a través de unos grifos.

Y, claro, dar su opinión. En un tiempo sabremos los resultados de estos experimentos. Mientras, no está de más echar una mirada al pasado. Y qué mejor forma de hacerlo que una cata de algunos de los incunables que atesora. Por ejemplo, cinco grandes añadas de la joya de la corona, el Monte Real Gran Reserva, que no sólo sirven para seguir la evolución de la casa sino también para ver cómo han cambiado los usos en Rioja.

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Para arrancar, una cosecha mítica, la de 1964. A sus casi 60 años el vino rezuma frescura y acidez, lo que permite augurarle aún vierta longevidad. De corte muy atlántico y una elegancia suprema, se nota que en la época se añadían, en un porcentaje que nadie sabe a ciencia cierta, variedades blancas (viura, malvasía) a las variedades tintas (tempranillo, graciano y mazuelo), lo que le aportaba esa acidez de que hace gala, a pesar de los 72 meses de barrica. Curiosamente, no era un vino pensado para envejecer tanto pero lo está haciendo estupendamente.

Y lo que le queda…

No tan bien le ha sentado el paso del tiempo a su hermano pequeño de 1970, ya más que cincuentenario. Mucho más cálido y mediterráneo, en él la acidez cede espacio a los aromas terciarios (humo, ceniza, cuero) y se le notan bastante los 40 meses de barrica, más incluso que los 72 de su antecesor. Es más rústico y el alcohol tiene algo más de presencia de lo deseable.

En el Gran Reserva 1978, primera añada certificada por la D.O, ya no hay inclusión de castas blancas porque en aquella época a Rioja le dio por apostar radicalmente por las tintas (tendencia que, afortunadamente, se está revirtiendo en la actualidad), así que sólo lleva tempranillo, mazuelo y graciano. En nariz es algo licoroso y en boca está exactamente a medio camino entre los dos anteriores. Ácido y fresco, se puede decir que se conserva muy joven para su edad, también porque está embotellado en mágnum.

De ahí saltamos a 1998, cuando la tempranillo ya había acabado con cualquier tipo de competencia para convertirse en protagonista única de un primer monovarietal que responde a los gustos parkerizados del momento, con una apuesta por la intensidad y la largura y más grado alcohólico. Le queda un largo recorrido por delante para domeñar sus 40 meses de barrica.

Para terminar, el único representante del siglo XXI, el 2004, otro monovarietal de tempranillo, que demuestra el cambio de gustos generacionales: aquí encontramos mucha golosidad, con vainillas, cacao y fruta negra, y un predominio de la madera sobre la acidez. Es el único de los cinco cuyo volumen está por encima del 14 por ciento y eso también se nota. La juventud a veces no el divino tesoro del que hablaba Rubén Darío, y no llega a la altura de sus ancestros. Quién sabe si cuando tenga su edad…

Habrá que ver si, dentro de unas décadas, los vinos elaborados según las nuevas premisas resisten por igual el paso del tiempo. De momento, como dirían los sajones, son work in progress.