Tamara Bogolasky, de El Borde, Carmen Garrido de La Cooka, y Alejandra Rosales, de Huerto Pucalán son mujeres, jóvenes y están cambiando reglas en la producción de alimentos en Chile. Las tres migraron desde la ciudad a los campos de la Sexta Región de O´Higgins, a unos 90 kilómetros de Santiago, y desde sus huertos construyen nuevas narrativas sobre la ruralidad. Lo hacen a través de una agricultura inteligente y resiliente al cambio climático, generando valor añadido para el productor, para el ecosistema y para la comunidad.
Tamy, como le llaman todos, cambió Nueva York por Santa Ana, una pequeña localidad colindante al conocido valle de Colchagua, y la fotografía por la huerta. Fundó El Borde hace siete años; un proyecto de agricultura biointensiva basado en un método eficiente, limpio y orgánico, que aplica rotaciones de cultivos en poco espacio. Es una de las referencias indiscutidas en la producción de hortalizas y vegetales bajo este sistema, al tiempo que fue una de las primeras en instaurar el modelo de agricultura apoyada por la comunidad o CSA -por su sigla en inglés-, que establece un canal de comercio directo entre el productor y consumidor.

Produce más de 30 variedades de hortalizas en 1200 metros cuadrados. Papa apio (apionabo), rábanos de colores, espárragos, habas, tomates, mix de hojas, ajíes, y un largo etcétera son parte de sus canastas, que mediante una suscripción por temporada llegan a las casas de numerosas familias y algunos restaurantes.
“En Nueva York era una artista pobre y consumir carnes buenas de libre pastoreo era muy caro. Como nunca fueron esenciales, las dejé. Me empecé a interesar por lo fresco y local, así que empecé a ir a más farmer´s market. Me acerqué al mundo de las plantas y empecé a cultivar hierbitas en mi ventana y apasionarme por el tema. Asistí a charlas, conocí la permacultura, fui voluntaria en un jardín comunitario y descubrí que cultivar hortalizas se me daba natural y fácil. Me gustó. Trabajar, cosechar, compartir buen alimento, y comer: así nació El Borde”.
Carmen, la reconocida reina de los tomates, es la única de las tres que tiene una infancia ligada al campo. Pasó muchos veranos de infancia en la finca familiar de San Francisco de Mostazal, la puerta de entrada a la región si viajas desde Santiago, montando a caballo, caminando por la huerta de su abuela y mirando como la abundancia del verano se transformaba siempre en conservas; en muchos frascos almacenados en la alacena. Estudió veterinaria, pero terminó trabajando en la tierra. Hoy, desde La Cooka, una huerta de 35 por 35, cultiva y comercializa la más interesante y diversa variedad de tomates del mercado.

“Mi primera huerta propia partió el año 2006, y desde ahí nunca dejé de cultivar. Es mi escape, lo que más me gusta. Y cuando uno hace algo con cariño, con pasión y ves que lo haces bien, te esfuerzas por mejorar cada temporada y conoces gente inspiradora, eres feliz. No pretendo ser millonaria haciendo lo que hago, pero soy demasiado feliz. Doy empleo, la gente que vive alrededor mío es feliz, se alimenta bien, y quienes come mis tomates, acceden a un producto rico, limpio, único”.
Alejandra estudió trabajo social, y siempre tuvo un espíritu revolucionario, un deseo de querer cambiar el mundo. “La agricultura fue el inicio de las civilizaciones. De hecho, cuando llegaron los españoles se impresionaron de que los mapuches pudieran alimentar a un millón de personas, porque tenían una agricultura sumamente establecida. Eran recolectores, claro, pero también había un manejo de la tierra y las semillas. Recuerdo que una profesora me dijo en la universidad `tú piensas que la revolución se realiza plantando lechugas`. Pues sí, mira dónde estoy ahora”.
Su Huerto Pucalán, en la costa de O`Higgins, produce más de treinta y cinco variedades de hortalizas a lo largo del año, que cada semana vende directamente a los consumidores a través de su página web y de su recién estrenada tienda, cerca de la localidad de Navidad.

Tamara, Carmen y Alejandra han establecido un canal de comercio directo entre el productor y consumidor. Abastecen, además, a un buen número de restaurantes, que son el escaparate perfecto para amplificar la importancia de estos nuevos modelos de agricultura.
Su buen hacer, sin embargo, no está a salvo de los de estereotipos. Muchos las consideran hippies y asumen que estos neo agricultores, gozan de situaciones económicas acomodadas que les permiten emprender. Las tres coinciden en que trabajan demasiado para ser hippies y que cualquier emprendimiento, así sea agrícola, requiere de un capital, de un financiamiento inicial. “La disciplina de un huertero es tremenda. Todos los días hay algo que hacer, al otro día también, tienes que ser súper ordenado. Yo ya sé lo que he sembrado y tengo que sembrar o no, de aquí a dos meses. Hippie cero, romántico todo el rato”, afirma Tamara.
“Yo no vengo de una familia con plata. Puede estar la tierra, pero eso no significa que tenga dinero. Partí haciendo mis mermeladas. Me hacen bromas con los tomates millonarios, de cinco lucas el kilo (cinco mil pesos chilenos, unos 5 dólares); tomates boutique. ¿Pero saben lo que es cultivar un tomate así? No saben lo que es cuidarlos, después cosechar, la post cosecha y entregarlos, y es a lo que me dedico y le pongo el precio que quiero. Si te gusta lo compras y si no, no. Yo no quiero ser millonaria, aunque lo soy de otra manera. Tengo un huerto hermoso, me gustan las flores y tengo montones, amo los tomates y los cultivo; me encantan las berenjenas, cultivo la cachá (muchas) de berenjenas lindas. Hago lo que quiero, soy mi propia jefa, doy empleo, ese es mi lujo”.

Proyectos agrícolas como El Borde, La Cooka y el Huerto Pucalán son fundamentales para dignificar la agricultura, una actividad de la que depende la subsistencia de las comunidades, aunque nunca ha sido lo suficientemente valorada.
“Hoy hace falta valorar al agricultor. En otros países está muy bien visto y en Chile se mira a huevo, por eso creo que es muy bueno que haya proyectos de este tipo para cambiar la mirada sobre el alimento limpio, sabroso y local”, dice Tamara.
“Es una cosa de aprendizaje y educación, de ir dando a conocer lo que hacemos y hacerlo más cercano a la gente. Toma tiempo, pero tiempo tenemos”, afirma Carmen Garrido.
“Los restaurantes, por ejemplo, son grandes aliados, pero deben conocer a la persona con la que están trabajando. Tienen que estar una temporada en la huerta, tienen que saber lo que es estar al sol, agachado. Al final, vivirlo en el cuerpo humaniza todo el concepto de la huerta”, concluye Alejandra Rosales.