Cadaqués, 1975. Este es el escenario que ha elegido David Pujol para imaginar un encuentro entre Salvador Dalí y Ferran Adrià. Dos referentes en su filmografía a los que ya ha dedicado sendos proyectos documentales, así que nadie mejor que él para dar forma a algo que, en realidad, nunca ocurrió.
Un detalle evidente para cualquiera que tenga presentes las fechas de elBulli (los hermanos Adrià no llegan a Cala Montjoi hasta 1984) y recuerde que Dalí murió en 1989. Pero que no está de más recordar por si alguien se toma esta amable comedia como una pieza documental más de Pujol.
“Un día me vino a la cabeza esta imagen curiosa de Dalí sentado en la terraza de elBulli tomando un menú degustación”, explica a 7 Caníbales el director de la película, presentada en el Festival de Málaga y que llega estos días a las pantallas de cine.
Surrealismo y gastronomía con la creatividad como ingrediente común y el Cap de Creus y la luz del Mediterráneo como una especie de crisol de genialidad. Todo ello salpimentado con un poco de antifranquismo, una historia de amor, hippies y un personaje central inspirado en Juli Soler que vertebra el guion, igual que en su momento lo hizo con la sala del que, cerrado hace
años, sigue siendo uno de los restaurantes más famosos del mundo, ahora reconvertido en museo.
Un guion revisado por Ferran
Ni Dalí estuvo en elBulli ni Albert Adrià corría delante de los grises en la Barcelona de 1974. Entre otras cosas porque tenía 5 años por aquel entonces. No son licencias dramáticas, es simplemente una historia de ficción en la que, eso sí, hay un aspecto que se ha cuidado hasta el último detalle: los platos que van desfilando en pantalla se corresponden con algunos de los más icónicos de El Bulli.
“El guion lo leyó Ferran antes de que me pusiera a trabajar con la producción, no podía permitirme pinchar en este asunto”, explica Pujol a 7 Caníbales. Fue el propio cocinero quien le recomendó contar con la ayuda de Eduard Bosch, jefe de cocina en elBulli desde 1996 a 2001, como asesor de la parte gastronómica.
No sólo se ha encargado de guiar a los actores, sino también de preparar los platos (granizado de tomate, caviar de melón, aire de zanahoria…) antes de rodar cada escena. De ahí el fantástico aspecto que lucen en pantalla.
¿Pero le habrían gustado a Dalí? Habitual del restaurante El Barroco de Cadaqués, era más dado a pescados y mariscos de elaboraciones sencillas y siempre se ha dado a entender que era más amigo de pescadores que de cocineros. Como con casi todo lo relacionado con él, cuesta saber dónde acaba la realidad y empieza el personaje.
Aunque también es verdad que el de Portilligat escribió que “la belleza será comestible o no será”. Un argumento más que suficiente para creer al realizador de la película cuando asegura que a Dalí le habría encantado probar un menú degustación de el Bulli. “Yo creo que se lo habrían pasado muy bien todos. Los cuatro eran geniales”, asegura en referencia al artista, a Juli Soler, y a los hermanos Adrià.

Lo importante es que coma bien
La luz, el mar, el optimismo que desbordan los personajes -o igual es cosa del espectador, que sabe que acabarían comiéndose el mundo- e incluso un Citroën Méhari que pasa por allí conforman lo que a ratos podría parecer ese anuncio veraniego de cerveza. Que, por cierto, en 2011 sí se rodó en elBulli y con el propio Adrià como uno de los protagonistas.
Es precisamente la cerveza que se está tomando el personaje de Alberto -interpretado por Iván Massagué– la que inspira las famosas espumas de la cocina de Adrià. Según la película, claro. Pero teniendo en cuenta que él mismo aprobó el guion, o algo hubo de eso, o al menos la referencia le parece correcta.
¿Pero queda algo a estas alturas por descubrir de elBulli? Esta película se presenta en uno de los carteles como “una deliciosa comedia” así que es evidente que no es su misión. Pese a ello David Pujol está convencido de que aún hay mucho por saber. O reflexionar. “Si algo me está demostrando el museo de ellBulli1846 es que, incluso habiendo hecho varios documentales sobre el restaurante, me quedaban muchas cosas por descubrir”, arguye.
Buscar inspiración daliniana en la cocina de los Adrià es tentador y de una narrativa de lo más atractiva. La creatividad desbordada y esa aparente locura de los genios sirven la historia en bandeja, y Pujol sabe jugar con ello. Tampoco pasan desapercibidos los guiños a la ruptura con la cocina francesa. O esa especie de recordatorio al chef, como si el espíritu de Santi
Santamaría también reclamara su pequeño papel en la historia, de que el producto tampoco debería quedar escondido tras la técnica.
Pero más allá de la ficción y sus recursos, frente al caos artístico y al personaje histriónico, al final es el orden de esa cocina que los Adrià dejan luminosa e impoluta en la película, o el método académico formulado tras la inspiración que hizo posible la revolución bulliniana.
Si Dalí hubiera llegado a ir -y eso sí que está muy bien recreado en la película- seguramente habría estado más pendiente del paisaje o de la liturgia de la copa de cava que de las texturas o esferificaciones. Y Ferran de los platos que estaba cocinando, más allá del ilustre comensal. “Lo importante es que coma bien”, recuerda el chofer de Dalí en un momento dado. Al final, siempre se trata de eso.