Desde el Juicio de París, aquella cata dirigida por Patricia Gastaud-Gallagher y Steven Spurrier en 1976 que fue fundamental para la historia del vino, la cata ciega ha sido un obscuro objeto del deseo. Corría el lejano 1998 cuando el francés PhilIppe Cesco, naturalizado santanderino y entonces propietario de la vinoteca “La ruta del vino”, creó el Campeonato de cata por equipos en Cantabria que se repetiría en 1999 que sería el germen de estos concursos. Años después, en 2015 junto al venezolano Jean Marcos, ganó La cata por parejas, de Vila Viniteca.
Otro precedente fueron los Desafíos Verema que comenzaron en 2003 donde se enviaban vinos para catar a ciegas para elegir los mejores catadores de la web. A raíz de esos desafíos nacieron diferentes grupos de cata, en uno de ellos participé yo.
Fue a lo largo del año 2007 cuando la mente activa de Quim Vila ideó una manera de atraer hacia el mundo del vino a buen número de personas apasionadas. Comenzó a trabajar el equipo de Vila Viniteca para que en 2008 se diera el pistoletazo de salida. De las 120 plazas ofertadas sólo se llenaron 88 en la primera convocatoria con sede en Barcelona. Llegó la crisis de Lehman Brothers y el mundo se asomó al abismo. Quim creyó en aquella máxima de Einstein de 1935: “hay una gran oportunidad en cada crisis. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y a países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura”. Cuando todo el mundo se retiraba a sus trincheras esperando la llegada de tiempos mejores, él apostó por el lujo, por sentar las bases del futuro que llegaría más temprano que tarde, como diría Salvador Allende. Al año siguiente, se celebró en Madrid y cada año cambia de sede siempre con Barcelona y Madrid de protagonistas.
Un antes y un después en el acercamiento al vino
Visto con la perspectiva del tiempo, la creación de la cata por parejas supuso un antes y un después en la forma de acercarse al vino de legiones de personas participaran en el concurso o no. Se mezclaban profesionales del vino con apasionadas y apasionados. En esa época, poca gente fuera del mundo profesional practicaban ese beber a ciegas, que consiste en probar un vino sin conocer su procedencia para intentar adivinar que hay dentro de una botella. En elmundovino.com lo hacíamos desde su nacimiento a fines de los 90.
Se creó un espacio para compartir una pasión colectiva en un tiempo de bajón económico y emocional. Se despertó una nueva forma de acercarse al vino. Con anterioridad, los vinos se compartían en tabernas o restaurantes, las tiendas ofrecían catas. Surgieron crecientes deseos de abrir unas botellas con las amistades buscando excusas para disfrutar el vino en compañía jugando a ver quién acertaba más vinos a ciegas. Con el tiempo, a esa preparación para concursar algunos le llamaron “entrenar”. Aquello que se hacía en privado transcendió a lo público. Estos concursos se fueron convirtiendo en un desafío para conocer y mejorar en la cata.
Nació una sistematización en la forma de catar, cambiaron los hábitos de aficionados y profesionales que formaron parte de un todo. Se crearon grupos de catadoras y catadores que se reunían periódicamente ya fuera semanal, quincenal o mensualmente. Se buscaban vinos conocidos o ignotos, locales o internacionales. Se desarrollaron unas capacidades de entendimiento nunca vistas antes entre los grupos de catadores o se crearon hojas Excel con todos los vinos que se han catado en ediciones anteriores sin dejar nada a la improvisación. Más allá de intentar los concursantes ponerse en el lugar de Quim intentando averiguar los vinos que puedan caer, algo nada sencillo, hay un estudio sistemático del catálogo de Vila Viniteca (infinito por lo largo entre aquello que distribuye y lo que adquiere de otros proveedores) que se conocen los aspirantes como antaño nos pasaba con los reyes godos o con los ríos y sus afluentes que conocíamos de izquierda a derecha de memoria.
En las primeras citas, el competir estaba por encima del ganar. Era una fiesta del vino y se iba a disfrutar como si de un juego se tratara. Saludabas a amistades, a personas conocidas incluso te relacionabas con gente nueva. Poco a poco, el aumento de la remuneración de los premios, el prestigio local y allende nuestras fronteras ha creado unas exigencias novedosas. Cuando se va a competir buscando la victoria se sufre gozando de una forma diferente. La presión llega de otra manera porque es un viaje en una limousine tintada. Mientras los concursos se tomen como un juego es un acto maravilloso y gozoso, si se toma como un desafío sólo por ganar se puede convertir en dolor, aunque ya sabemos que en cuanto al placer cada persona lo disfruta de una manera diferente. Ambas maneras acaban siendo adictivas.
Gracias al concurso han surgido numerosos grupos de cata, concursos en cada rincón de nuestra geografía que se llenan de aficionados que ejercen en otros sectores diferentes al vino y profesionales donde la práctica, la pericia y el entendimiento forman parte de un todo porque entrenan juntos aprendiendo estrategias que generen entendimiento. Ha mejorado la forma de catar y el conocimiento de vinos nacionales e internacionales. La cata a ciegas vive una gran efervescencia por toda la geografía nacional, se ha convertido en una magnífica forma de aprender divirtiéndose. Se invierte dinero en comprar vinos como jamás había sucedido. Los días anteriores al concurso, los participantes se reúnen en restaurantes con amistades ensayando para la prueba final. Se ha desatado un vendaval sin límites.
Años después surgió, gracias a la prestigiosa revista francesa Revue du vin de France, un concurso espectacular llamado “Campeonato del Mundo de cata por parejas”. Se selecciona un equipo por país en una competición local con cinco miembros por escuadra con excelentes resultados para los equipos españoles.
Acertar vinos a ciegas es una tarea muy complicada. Encontrar el país, zona, denominación, bodega, variedad o cosecha es difícil, por eso el porcentaje de aciertos es bajo. Es una motivación para catar más, para memorizar sensaciones, para entenderte con la pareja de cata. El acto individual de cata es trabajo, el colectivo es placer. Catar de forma colectiva te hace desarrollar el consenso como acercamiento al vino, fiarte de la otra parte hasta consensuar una decisión sin reproches porque sólo se equivoca el que hace algo o toma una decisión. La cata a ciegas es justa e injusta. Es dar las mismas oportunidades a todos los vinos, es más democrático, requiere un esfuerzo dependiendo de tu memoria y conocimiento siendo todos iguales ante esa botella, pero nadie bebe para disfrutar en un restaurante sin ver la etiqueta que forma parte del placer completo de un vino. Conocer la historia o quién lo ha producido también forma parte de vivir un vino en profundidad.
Cada vez se ven más grupos de cata que quedan con otras personas que les ponen vinos para catar recreando las dinámicas que se suceden en los concursos. Se buscan vinos que son susceptibles de salir en la cata dándose explicaciones de porqué pueden aparecer en las series eliminatorias o en la final. Todas estas prueban te enseñan los errores y los aciertos, te aproximan a una forma de catar. Recuerdo, durante el confinamiento, ver la forma de catar de Rafel Sabadí y David Martínez. Los dos profesionales de L’Escala daban un recital de entendimiento. Desglosaban la cata, la sistematización de cómo ir desgranando un vino. Comprobabas el grado de entendimiento de dos profesionales que llevan años de pareja de cata, condición fundamental para conseguir metas. La cata se convertía en un arte. Decía Louis Jouvet, el gran actor y director francés de la Comedie Française, que “la improvisación sólo podía surgir del conocimiento”. A personas como Luis Gutiérrez e Ignacio Villalgordo las conozco desde hace muchos años y son dos excelentes catadores que llevan una vida catando juntos siendo la única pareja que han vencido en dos ocasiones. Hay concursantes que han repetido participación en la final y el pódium. Participar es un acto extraordinario que llena de orgullo a las 120 parejas que han conseguido apuntarse dentro de los 4 minutos que tardan en llenarse hoy esas cotizadas plazas. Antaño costaba llenar, hoy participar es un objeto de culto como una entrada para un concierto de los Rolling Stones. Para vencer, o llegar a la final, hay que ser avezados catadores y catadoras porque la inspiración es fundamental mientras la suerte es tener salud. Sin haber probado vinos no se puede tener memoria y cuantos más hayas probado más capacidad retentiva tendrás.
Quim Vila y su equipo, no dejan nada a la improvisación. Se hace una comida previa donde se catan a ciegas vinos que han salido en anteriores ediciones con la prensa tanto en Barcelona como en Madrid.
Dentro de las potenciales mejoras una de ellas sería que todos los concursantes supieran cómo lo han hecho para evitar suposiciones conspiratorias. Excepto cuando has pasado a la final o has alcanzado alguno de los tres primeros premios que sí conoces los resultados. También se evitarían las divertidas charlas cruzadas entre los participantes donde parejas cuentan como han acertado los vinos y las zonas de los vinos catados… y no pasaron a la final.
El mundo del vino está necesitado de eventos tan mediáticos que lleguen a nuevos y viejos consumidores, que suban el interés por este mundo poniéndolo en los medios de comunicación. Es parte del presente y del futuro. El vino se elabora para armonizar con la comida, pero el ser humano le damos un halo de divinidad filosófica destripándolo mediante catas. Son las contradicciones de la vida.