Dueñas de la comida

Tribuna

Historias sobre la génesis de la creación en algunas etnias indígenas amazónicas narran como algunas mujeres, designadas ‘Dueñas de la Provisión’, fueron semillas poseedoras de la fertilidad al dispersar directamente sus dedos sobre la tierra, asumiendo por siempre la representación poseedora de la alimentación para rehacer la esencia misma de la humanidad.

 

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Las mujeres rurales son como espacios sagrados construidos para perdurar.

Son estandartes en el tiempo estático o en movimiento que dialogan como testigos en la historia.

Son fuente de vida.

Todo lo que genera vida es femenino.

La tierra es femenino.

 

A través de proyectos ejecutados con Funleo, una fundación cuyo propósito es fortalecer la identidad cultural de las comunidades mediante la sensibilización y consumo de alimentos locales, a mejorar la satisfacción de sus necesidades básicas indispensables y su calidad de vida, tuve la oportunidad  de conocer de cerca la  participación de la mujer en la producción de alimentos para el bienestar, no sólo de su hogar sino de su territorio; de indagar la forma de representar la madre tierra en la cual sustentan la naturaleza, la humanidad, las prácticas culturales y tradicionales, la soberanía alimentaria, el huerto, la roza o la chagra, como parte sustancial de la vivienda y prolongación de su hábitat.

 

Observé detenidamente a muchas, como si atesorara en mis pupilas una cámara en modo lento, amontonando en la memoria imágenes de mujeres arando, sembrando, cuidando el cultivo de malezas y plagas, recolectando el alimento, resguardando los granos para el futuro y preservando los legados de aromas, sabores y los conocimientos de la riqueza culinaria de su terruño. La mayoría, encargadas de cuidar el patrimonio culinario como guerreras guardianas de meritorios raudales.

 

Las reparé levantarse antes de la alborada y acostarse después de dejar las ollas relucientes como espejos, y en su interminable jornada de trabajo; llevar a sus hijos al colegio, regar el maíz, alimentar a las gallinas y dar los residuos de comida a perros y cerdos, recoger y cargar la leña para mantener caliente el fogón, lavar la ropa a punta de manduco, acuclilladas en el canto de los riachuelos; remar canoas desde sus asentamientos en las orillas de los ríos hasta las plazas de mercados, para vender conchas de manglar, hierbas  aromáticas, mágicas, religiosas y medicinales, y a menudo los plátanos recolectados por sus maridos para verificar que no lo compartieran con la querida o novia. Es normal que los hombres acostumbran a tener varias mujeres

 

Un día una mujer afro de nombre Teófila, líder de una red de cultivadoras de hierbas de azotea, que siembran sobre plataformas construidas en madera para evitar que se inunden con la subida de las aguas, me contó que la riqueza de los pueblos reposaba en la comida. Incluso, las familias se estratificaban según la cantidad de producción. En la medida que había suficiente alimento, la casta era más próspera y mantenían clasificación entre las musáceas, el plátano hartón para las señoras y el banano para las mozas. La abuela de ella no comía banano.

 

Las contemplé una y cientos de veces realizar las actividades del cuidado del hogar y del alimento, ocupándoles gran parte de su tiempo, limitando sus posibilidades de formarse o acceder a una tarea remunerada. A pesar de ello, siempre mantenían el ímpetu y la sonrisa, con la ilusión de obtener ingresos familiares, ser reconocidas en su aporte al empleo y en su papel en la economía, aunque fuera de pequeña escala.

 

Si bien es cierto que cada día hay una mayor aproximación para compartir las tareas domésticas, en el caso de la alimentación la participación femenina sigue siendo notablemente superior, persistiendo visiones estereotipadas sobre los roles masculino y femenino, por lo que el trabajo de la mujer continúa visto como asistencial dentro de la economía de sus casas.

 

Son muchas las injusticias que padecen, obstáculos estructurales y coyunturales con los que se tropiezan cotidianamente como la discriminación de género y la falta de equidad en oportunidades que le permitan la íntegra participación ciudadana, su desarrollo humano, social y político. Sin embargo a pesar de ello, las “Dueñas de la Comida” perpetúan como las principales transformadoras de la sostenibilidad agrícola, del bienestar social y de la seguridad alimentaria de sus territorios.

 

Mientras una gran parte de las mujeres urbanas se desconectan cada vez más de la subsistencia del alimento, las mujeres rurales continúan ofrendando su grandeza como constructoras de la alimentación para el mundo, como símbolos que comunican la vida, la memoria y la esperanza en tiempos de certeza o incertidumbre.